martes, 31 de julio de 2012

VACACIONES DE VERANO



Estas vacaciones había decidido desconectar, olvidarme de la prima de riesgo, de lo malísimos e ineficaces que somos los funcionarios, de lo fantásticos y eficientes que son los políticos, lo mucho que cobran por ir al parlamento, las dietas que cobran por vivir en su casa de toda la vida, lo bien que gestionan nuestro dinero las cajas y sus consejeros. Lo diligentes y aplicados que han sido los presidentes de las Comunidades Autónomas.
Necesitaba apagar la tele, romper en trocitos el periódico, utilizarlo para envolver el bocadillo, e irme a la playa.
Necesitaba meterme en el agua y hacer el muerto. Sentir como mis oídos se sumergen en el mar, escuchar un zumbido de paz, sentir el cuerpo flotar como si no existiera, como si tan solo fuese un montón de células dispersas que se expanden sin acabar de concretarse en “funcionaria incapaz”, “desayunadora compulsiva”, “despilfarradora nata”.
Necesitaba sentir que no hay nada alrededor, solo el silencio y las olas. Y mientras me dejo llevar por su balanceo, pensar que eso no cuesta dinero, que lo podré hacer a pesar de que me suban el IVA, me quiten la paga extra, aumente el recibo de luz, me hagan pagar en las autovías por circular, en la calle por aparcar, en mi trabajo por enfermar. Lo podré hacer aunque nos echen del euro, aunque nos intervengan y nos rebajen el sueldo un treinta, un cuarenta, lo que sea. Lo podré hacer aunque haya miles de parados que me duelen, aunque haya sido yo la responsable de innumerables obras inútiles, de aeropuertos sin aviones, de farolas que no se encienden, de preferentes que nadie quiere comprar, de inflar el precio de los pisos. Soy responsable, dicen, de vivir por encima de mis posibilidades. Y por eso me meto en el agua y me dejo llevar, porque lo importante en este momento es que solo soy un conjunto de células y más células. El sol pega con fuerza, pero no quema. El agua refresca mi cuerpo culpable, pero yo todavía floto.