martes, 29 de abril de 2014
DIARIO DE UNA ESCRITORA FRUSTRADA
Llamo a una de las editoriales a la que presenté mi última novela hace cinco meses. Una señora con voz metálica me pregunta por el título. “La capa escocesa”, le digo, y como hartísima de todo, me dice que no le suena.
- No puede ser, la envié hace cinco meses.
Me pregunta que a quién se la entregué, le explico que la entregué en mano al conserje, un hombre grueso con chaqueta de botones dorados y un puro en el bolsillo. Dice que no han tenido jamás un conserje con puro en el bolsillo y mucho menos grueso, que allí son todos muy delgados y que seguramente la habré entregado a otro cualquiera que no tenía nada que ver.
- Envíela de nuevo. Es lo mejor.
- ¿Pero cuándo la leerán?
- Como mínimo cinco meses.
-Verá, es que tengo prisa.
- Lo siento, debe ponerse a la cola. En eso somos muy rigurosos.
-Pero si la envié hace cinco meses.
- Ah, ya. Y se la entregó al hombre gordo del puro en el bolsillo ¿no?
Lo ha dicho con un retintín que me han dado ganas de colgarle. Estamos en septiembre y ya no me da tiempo a publicar para Navidad. No creo que aguante más tensiones.
-Y si puede saberse ¿de qué va su novela? -me pregunta.
Le cuento que de un hombre que no puede luchar contra su naturaleza, que se ve inmerso en una sociedad que solo valora a los triunfadores pero que de pronto...
Me interrumpe:
-Vaya, ¿y eso cree usted que interesa alguien?
-Pues…
- No le de más vueltas. Ha sido una suerte que se perdiese su novela. Hay que estar al día, mujer. Hoy lo que vende es una trama policíaca, una inscripción que no haya quién entienda, y tres o cuatro hechos históricos desperdigados en el tiempo por donde va pasando la inscripción críptica. Enganche, mujer, enganche. ¿En que siglo se cree que vive? Lo que se busca es la distracción, el aquí y ahora. Vive en el siglo de la playstation, matar alemanes o aliados, qué más da. No hay tiempo para nada más. Ganas de beberse la historia ¿Tan difícil le parece hacer algo así?
-La novela no es muy larga. Se lee bien. Vamos, eso creo
-Ah, ¿y además es corta? Lo que falta. ¿Pero dónde cree que vive? Cuanto más extensa sea, mejor. La grandeza de una obra está en su extensión. A lo mejor de las setecientas páginas, quinientas no añaden nada a la historia, pero usted no expurgue. Dele tiempo al lector para que se entere de cómo se fuma un puro el protagonista, o de cómo abrocha las botas a su hijo. Descripción, mucha descripción. Tómese tiempo en las escenas. Nadie paga dinero por una novela expurgada.
-¿Pero no me acaba de decir que tienen que beberse la historia?
-Beberse la historia, sí, pero con tiempo. Vamos a ver. ¿Sería usted capaz de decir algo así como: “La cortina de agua rugía cual león enjaulado bajo un cielo negro como pozo infinito?”
-Pues… Sí, creo que si me pongo, podría.
-Entonces póngase cuanto antes, y suerte.
Me despido de la señora de voz metálica y cuelgo. Si escribo algo así en poco tiempo, si logró impactar con el descubrimiento de que un griego del siglo IV antes de Cristo murió al leer una inscripción muy comprometedora, y que pasó a otro que también murió al leerla, y así hasta nuestros días en que la lee un profesor de física cuántica con gafas de concha y músculos de acero, me cuelan, me publican y consigo tranquilizarme. Estoy muy nerviosa. No me queda alternativa. Debo dar un giro a mi creatividad.
domingo, 27 de abril de 2014
PARA BAJAR NOVELAS EN DIFERENTES DISPOSITIVOS
Algunas personas me han comentado que no pueden bajarse la novela de "Un rubio en el 4B" porque no tienen Kindle. Os envío el enlace de Amazon para poder descargarlo sin problema en otro dispositivo. Podéis descargar ese y otros muchos libros.
Amazon puede con todo.
Suerte.
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PESCAR SARDINAS A LA PLANCHA
Anoche soñé con Fausto, mi profesor de pilates. Son sueños tontos, sueños de esos que te hacen
dar vueltas y más vueltas en la cama. Total para nada, para no ser más que un
sueño y dejarte en vela toda la noche. Y entre el calor que hacía, la de veces
que me destapé y me volví a tapar, y la luz de las farolas metiéndose entre las
rendijas de mi persiana, ya no pude pegar ojo. Cuando me quise dar cuenta se
había hecho la hora y sonó el despertador.
Luego volví a ver a Fausto, fue en la ducha, entre
el vaho y los azulejos. No es que se hubiera colado en el cuarto de baño, es
que en las vetas del mármol se había dibujado su cara redonda, su barba rubia y
esos ojos como tristes que me pone a veces. Me dio un poco de miedo descubrirlo
allí otra vez, camuflado, como quién no quiere la cosa.
Un poco más tarde, ya en el metro, me encontré
con el gordo de siempre, el de las siete, uno que lee y mueve los labios
mientras lo hace. Y la rubia que anda tan deprisa, la que siempre va corriendo,
y contra la que me gusta hacer carreras sin que ella lo sepa, y la punky de los
piercing conectada a sus cascos de música, y a los novios de toda la vida, los
que se cogen las manos soñolientos y se manosean con caricias ya gastadas, como
si se hubieran dado cuerda con la llave de la inercia. Pero esta vez no intenté
una carrera secreta para alcanzar a la rubia, ni siquiera me fijé en los labios
del gordo, esos labios siempre en
movimiento, ni me importó la música estridente que sale de los cascos de la
punky. Y todo porque no podía dejar de pensar en Fausto, y en el sueño ese tan tonto. Y es que si algo tienen de bueno los sueños es que se olvidan y con sólo
despertarte puedes volver a ser la de antes, quiero decir, la de ayer o la de
antes de ayer.
Cada vez que lo pienso,
me convenzo más de que lo de Fausto no tiene ni pies ni cabeza.
Fausto me trata de una
forma extraña, como si fuésemos amigos muy antiguos, o quizás amantes. No sé,
Fausto no es de los que tenga una forma determinada de tratarme, es más bien su
forma de contar las cosas. Dice que le
gusta hablar y que si no tengo prisa me invita a un café después de clase,
cuando ya todos se hayan marchado. Lo dice todos los días, y le digo que bueno.
Se lo digo todos los días. Porque me sabe mal decirle que no, y porque no tiene
nada de malo, porque tomarse un café después de dar clase, es algo de lo más
natural.
Él me cuenta que si te bañas una noche de luna llena y
sigues su estela se cumple cualquier deseo que pidas, por muy imposible que
parezca. Y yo le cuento que mi deseo sería pescar
sardinas a la plancha, o pulpo a la gallega, que sé yo, cualquier cosa para no tener que volver a casa tan pronto,
para no perder el tiempo en la cocina haciendo la cena y quedarme un ratito más.
Y él se ríe, y me cuenta que un día pescó un recurso contencioso administrativo
que estaba dentro de una botella de cerveza Coronita que iba a la deriva, como
una carta de amor. Y que también pescó una caracola enorme de color gris y
crema, una caracola que si la acercabas al oído y la escuchabas con atención, te
contaba cosas que habían pasado en el mar, las últimas noticias, que era una
especie de radio nacional del Mediterráneo. Y así, contándonos todas esas
tonterías, solemos pasar la tarde. Porque cuando Fausto me habla parece como si
nunca fuese a hacerse de noche, ni hubiera gordos moviendo los labios, ni
amores de inercia. Como si ni siquiera tuviese que volver a casa para hacer la
cena. Es como si la cena, y la noche, y la inercia, estuviesen en otro lugar,
en el lugar de los sueños que se repiten.
Mi marido me pregunta que
porqué llegó tan tarde cuando voy al gimnasio, dice que luego tardo muchísimo
en hacer la cena y qué va a pasar aquí. Y yo me invento mil excusas. Aunque no
sé por qué lo hago, porque no tiene nada de malo tomarse un café con Fausto después
de clase. Eso pienso yo. Aunque lo de soñar con él y dejar que se meta por
entre los azulejos del cuarto de baño, ya es otra cosa.
La próxima luna llena me iré a la playa y me
bañaré para seguir su estela, para ver si logro pescar sardinas a la plancha, y así poder estar un
ratito más con Fausto.
Total, es sólo por estar un
ratito más. No tiene nada de malo.
jueves, 24 de abril de 2014
VICENTE, TENEMOS QUE HABLAR
Águeda
fue a la clínica para cuidar a su suegro.
Le tocaba el turno de tarde y mientras él dormía, ella hojeaba una revista. Vio
las paginas de contactos. Chico busca chica, chica busca chico. Pensó que sería
una buena idea para su hermana que acababa de separarse y estaba muy pocha.
Encontrará amigos y será una buena forma de salir de casa, pensó, o dice que
pensó. Descolgó el teléfono y marcó uno de los números. Nada más descolgar el teléfono una voz oscura y pastosa preguntó: “¿Quiegues gozag?” Ella se pegó un
susto de muerte, o dice que se lo pegó, y colgó. El teléfono sonó de nuevo. Al cogerlo encontró al sugerente
empeñado en la misma pregunta. “¿Que te
pasa caguiño?, ¿es que no quiegues gozag?” Águeda colgó de nuevo pero ya
era inútil, el teléfono había hecho cuerpo con el sugerente, y no había quién
los despegara.
Su
suegro despertó alarmado por la cantidad de llamadas que se producían de forma
intermitente, y preguntó el motivo. Águeda
le dio unas palmaditas en la mejilla y le cerró los ojos como si acabara de
palmarla. “No pasa nada, descansa”, dijo. Después intentó relajarse, pero ya no
había solución, había perdido los nervios por completo. El teléfono no paraba
de sonar. Después de
intentarlo todo, decidió arrancar los cables por las buenas. Por fin se hizo el silencio y ella descansó feliz. Sin embargo enseguida le vino una incomoda idea a la cabeza. ¡La factura! Esas líneas son carísimas, por lo que decidió ir a recepción para borrar todo
rastro de llamada erótica.
“Lo siento, señora, pero no se puede abonar la factura de teléfono hasta que no le den el alta al enfermo” explicó una anodina recepcionista mientras mascaba chicle.
“Lo siento, señora, pero no se puede abonar la factura de teléfono hasta que no le den el alta al enfermo” explicó una anodina recepcionista mientras mascaba chicle.
Estaba
perdida. La verdad se imponía y no tuvo más remedio que llamar a su marido y decirle abochornada: “Vicente,
tenemos que hablar”.
Y es
que las páginas de contactos son muy, pero que muy peligrosas.
Por
lo menos así es cómo me lo contó Águeda.
jueves, 17 de abril de 2014
EL GUARDIAN INCRÉDULO
Imaginaos: Alicante, Semana Santa, sábado noche. Prohibido aparcar, prohibido circular, prohibido cruzar la calle mientras pasan los nazarenos, las Manolas, los penitentes.
Recuerdo lo que nos dijo un taxista en Cuba: “Aquí todo es delito”.
Se lleva el coche la grúa. Nos cuesta encontrar un taxi porque, aunque en el lugar de los hechos hay cinco aparcados, ninguno tiene conductor. “Ya han debido terminar el servicio", nos cuenta un policía. Se ve que ellos sí pueden dejar el coche en parada de taxis per secula, seculorum.
Pero como no es sobre los taxistas, cuyo garaje permanente es una parada en medio de la calle, contra los que va mi escrito, continúo.
Logramos encontrar una parada activa, me refiero a con taxistas dentro y dispuestos a realizar un servicio. Después de recorrernos la ciudad sorteando procesiones y prohibiciones, llegamos al depósito; un lugar oscuro como boca de lobo, en medio de la nada, sombrío, de aspecto terrorífico... Bueno, todo eso que siente uno cuando se le lleva el coche la grúa.
Un hombre grueso, con camisa a rayas y ojos ahuevados, nos recibe de muy mal humor. Después de buscar en la pantalla, nos dice que el coche está a nombre de una empresa y que para poder recogerlo tiene que demostrar su relación con ella. “Tengo la visa de la empresa”, le contesta ilusionado el propietario. “Eso no quiere decir nada” escupe el de la camisa de rayas.” ¿Y cómo se lo demuestro?” “Son cosas suyas” “Déjeme ir al coche a buscar la documentación” “No” “Mire mi nombre, coincide con el de la Sociedad” “¿Y qué? Yo me llamo Martínez y no tengo nada que ver con “Tartas Martínez”, dice el tío, agudísimo. “Pero usted no tiene las llaves del coche de Martínez” razona el propietario del vehículo. El custodio del coche se queda trastocado unos segundos, pero enseguida se recupera, no en balde es él quién tiene la sartén por el mango. El dialogo discurre por esos derroteros durante un buen rato, hasta que el dueño del coche y nosotros, sus acompañantes, agotados e incapaces, abandonamos el edificio. Un policía que está en la puerta, nos aconseja que nos acerquemos al edificio colindante y hablemos con alguno de los mandos. Se debe conocer el pampaneo del custodio. No nos queda otra alternativa. Atravesamos solares abandonados, escombros y recovecos, hasta llegar al edificio que, de colindante no tiene nada. Por fin solucionamos el problema. De no haber sido así hubiéramos tenido que esperar hasta al lunes para poder enseñarle los estatutos de la Sociedad, los documentos acreditativos de la constitución, y quizás también, que estaba al tanto en el pago del Impuesto de Sociedades, IVA y Transmisiones. Logramos que nos den el coche. Nos largamos de allí furibundos e indignados. ¿Quién puso a ese tío a custodiar los vehículos que la grúa se lleva? ¿Qué mente diabólica urdió el sistema de retener un coche varios días para cobrar más a base de poner a zombis para recoger la documentación?
Alicante. Semana Santa, sábado noche.
miércoles, 9 de abril de 2014
BEBER A MORRO O CON BOTIJO
Acabo
de leer que un psicólogo, el doctor Luis Eduardo Barros Esqueloto, lleva años
estudiando la tiranía de tu propia timidez. “Vos tenés un problema y vamos a
ayudarte, prueba la grifoterapia” dice. La grifoterapia tiene un servicio
gratuito que ayuda a perder el miedo a pedir agua del grifo a través del
900828011 en cuyo organismo refuerzan los argumentos para pedir jarra en vez de
botella. Lo primero que hace es darte un curso acelerado para que cuando vayas
a un restaurante pidas agua en jarra. Así, como suena. Nada de agua mineral con
gas o sin gas. Para que ni siquiera te amilanes cuando te digan que solo la
tienen en botellita de cuarto, ni cuando te digan que no disponen de jarra. “Si
eso ocurre, no se debe usted alterar”, hay que decir con voz segura y firme; “O
me trae jarra o botijo, o bebo a morro”. Dice el psicólogo que el agua en Madrid, por
ejemplo, es de primera calidad y nadie te puede obligar a acompañar la comida
con otro tipo de agua, por muy elevados y transparentes que sean los
manantiales de los que proceda.
Y lo
dice tan contento, como si eso fuera la mar de fácil.
Pero,
vamos a ver, señor Escoloto, si bajé el
otro día a devolver un kilo de manzanas pochas y el frutero me sacó los colores
ante la vecindad. “Es más el viaje que ha tenido usted que hacer, que lo que
valen las manzanas”, me dijo con una mala idea tremenda. Menuda vergüenza. Bajé
la cabeza y le expliqué que no era por eso, hombre, qué tontería, que por
mercancía defectuosa no muevo yo ni un pelo. Ha sido que como tenía que bajar
de todas formas porque, mire usted, se me ha olvidado el Ajax pino, pues ya de paso…”
Bueno, le di una serie de explicaciones tremendas. Mis vecinos del cuarto B me
miraron de arriba abajo y se marcharon arrastrando el olor hediendo de los melones
podrido que acababan de comprar, no sin antes murmurar: “Excusatio no petita,
accusatio manifiesta.”
Menos
mal que ahora leo qué el doctor Escoloto me puede enseñar a pedir agua del
grifo en un restaurante sin que se me mueva un solo pelo del moño.
Ya
me estoy imaginando en medio de una sesión de asertividad, “No soy capaz de
pedir agua del grifo en un restaurante y, no solo eso, bajo la basura de la
vecindad para que me perdonen la osadía de devolver manzanas podridas al
frutero …” mientras un montón de gente me abraza y susurra a mi oído: “Te
queremos, Felisa.” “Estamos contigo, Felisa.”
GRACIAS
ESCOLOTO
jueves, 3 de abril de 2014
TU NOMBRE EN EL CONGELADOR (2 secuencias de la novela)
1
He
decidido relajarme, enfocar mi futuro de una forma distinta, dar un giro a mi
vida, por lo que me he apuntado a un curso de
autoayuda presencial. El presencial se titula: “Aprenda a fluir”. Debemos ser
capaces de encontrar la satisfacción y el propósito en la vida sin depender de
las circunstancias externas, sin expectativas, dice el profesor, un hombre
calvo y disperso. Nos cuenta que debemos involucrarnos con el día a día, disfrutar
con lo cotidiano. Y lo dice muy triste como si estuviese a punto de echarse a llorar.
Es lo malo que tiene, que no es creíble. Sin embargo ahora ya no me atrevo a
desapuntarme, temo crear un shock en su autoestima. Voy los martes y los
viernes. Se llama Pedro y tiene los ojos ahuevados. A veces nos coge por los
hombros y nos mira, dice que así nos sentiremos vistos. Y sí, me siento vista,
o quizá más que vista, observada, vigilada. No me gusta que me mire con esos
ojos de huevo porque luego lo sueño, pero no se lo digo, porque no quiero herir
sus sentimientos.
2
Desde
que me he venido a vivir con el abuelo la vida me ha cambiado mucho. No ve casi
nada pero dice que es vidente. Quiere decir que tiene poderes. Su segunda mujer
era adivina, dominaba las artes adivinatorias, me refiero a magia negra, magia
blanca, sortilegios. Logró una gran fortuna leyendo las cartas y prediciendo
obviedades a los clientes. Él les abría la puerta y los despedía al marcharse.
No hacía más que eso, pero dice que aprendió mucho, que se le quedaron los
poderes de ella. Cuando murió dijo que se le había aparecido de forma
extracorpórea para pedirle que siguiera él, que estaba segura de que lo haría
divinamente. Ahora recibe a clientes en casa y les lee lo que sea; los posos
del café, las suelas de los zapatos, las rayas de la mano, las patas de gallo. Dice que todo lo
nuestro habla de nosotros. A veces hace regresiones en el tiempo y los lleva a
siglos pasados. No tiene mucha cultura, encuentra goteros y microondas en el siglo dieciséis,
pero los clientes no se lo toman en cuenta, sabe darles esperanzas. Lo hace
bien porque las da y no las da, es algo
ambiguo. Muy hábil. Si algo no se cumple es porque les falta fe. La fe mueve
montañas, dice mientras les da palmaditas en la espalda cuando vienen a
quejarse. Y ellos se marchan compungidos. Hasta ahora no ha llegado la sangre
al río. Bueno, me refiero a que todavía no lo han denunciado por fraude. A lo
mejor es cierto que tiene poderes. Yo prefiero no inmiscuirme en esos asuntos.
Usa ungüentos y pócimas que huelen a ajo o a porro, dependiendo del día. Y
también una mesa camilla con brasero y fotos de santos. A mí, bien pensado, no
me viene nada mal haberme trasladado a vivir con él porque si me quedo sin
trabajo siempre hay dinero para aguantar en los malos momentos. Es un buen
negocio el suyo.
“El
hombre vive de deseos y yo les doy la posibilidad de saber si se van a cumplir
o no.”
Eso
dice, y para decirlo eleva una ceja, creo que la derecha. Sin embargo, desde
que he decidido volver a escribir, las cosas ya no funcionan igual. Necesito
silencio y la casa es un guirigay continuo. Él dice que lo que nos da de comer
son sus ungüentos y no mis novelas, y yo callo y asiento.
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