Se me ha hecho largo, la verdad. Nos pasamos la vida diciendo
que trabajar es una maldición divina y de pronto te encuentras completamente
inactiva, sin poder freír ni un huevo, ni arrastrar las cajas de coca cola del
super, ni escribir, y te da por pensar
cosas negras. Ya sé que no me debía quejar, que hay órganos mucho peores, que hay corazón e hígado,
metatarsianos y hombros. Un organigrama de pequeños engranajes a los que no
prestamos atención y que están ahí dispuestos a hacerte la cusqui en cuanto se
ponen pochos. Mi caso, sin ir más lejos,
ha sido el dedo pulgar de la mano izquierda. Ya ves tú, el dedo y la mano más innecesarios
que la anatomía conoce. Sin embargo ahí está él, actuando de pinza para atrapar (termino que utilizo ahora en
deferencia a los argentinos), escribir, cortar u hacer auto stop. Un dedo donde
los haya.
“¿Y si lo deja inactivo e inerte y nos ahorramos la escayola?”,
le pregunté al médico de urgencias al comunicarme que me debía operar, buscar
el tendón perdido y contraído como una goma por las profundidades del brazo,
luego traerlo a su dedo correspondiente, coserlo, e inmovilizarlo durante tres
semanas.
Pero lo peor no fueron esas tres tórridas semanas con curas
constantes, sino que cuando pasaron y acudí a traumatología como me habían
dicho, sentí como un ligero desapego en los médicos. Un “váyase a otro que me
da urticaria”, un “esto no ha quedado bien, mejor pase a ver al Dr ChinChin, y
luego al Dr Pichinchin”.
Al final mi mosqueo fue tan gordo que me quitaron la
escayola, me vendaron y me dijeron que me tenían que operar de nuevo. Es decir,
otra vez a buscar el tendón en las profundidades del brazo, otra vez coser y
cantar, otra vez inmovilizar varias semanas. ”Ah, y que sepa que no le
aseguramos que se quede bien, que pueden formarse adherencias que quizá impidan
la cicatrización… Mejor espere usted al experto en mano que viene dentro de una
semana”. Luego, como desprestigiándome y en plan manipulador, me dijo: “Y
tampoco es para tanto no poder bañarse en agosto” Como si todo los
despropósitos se redujeran a eso, la señora consentida que quiere tirarse del
trampolín al estilo salto de tirabuzón inverso.
A la semana volví, y el experto en manos no me miró ni a la cara ni
al dedo. Simplemente mientras escribía en el ordenador dijo: “dos semanas más”. No me puse a llorar
agarrada a su ordenador porque soy de natural vergonzosa, pero le pregunté por
la operación. Levantó al fin los ojos de su pantalla, me miró de soslayo y
preguntó: “¿Qué operación?” “La que me tiene que volver a hacer porque el
tendón a vuelto a soltarse, contraerse y enrollarse cual bobina de hilo”. Es entonces cuando tuvo a bien levantar la
vista hacia mi dedo, quitarme la venda, intentar que lo moviese, cosa que logré
a duras penas, y decirme que no, mujer, que unas dos semanas más y empezamos la
recuperación. Luego me inmovilizó de nuevo el dedo con un palito y mucho
esparadrapo y se despidió inmerso de nuevo en la pantalla de su ordenador.
Esa es por ahora mi situación. Un dedo enhiesto, un palito
inmovilizándolo, imposibilidad de bañarme y posibilidad penosa de contar mis
desgracias en el blog.
En principio parece que todo esto no importa a nadie pero
esperad a ver cómo se os desliza un cuchillo jamonero entre las manos, tener que
ir a urgencias, y comprenderéis mi enfado.