Dicen que los miembros amputados duelen como si existieran,
que te levantas con calambres o se te pone carne de gallina en el miembro
ausente. Dicen que notas las uñas crecer y la picadura de un mosquito al que no
puedes apartar porque pica en la nada.
Dicen que notas la brisa de la
madrugada rozando tu no piel. Es un dolor virtual pero preciso y sin
paliativos. No hay lugar para rascarse, no hay referencia para frotar. Todo es
virtual, pero duele, como duelen los padres que se marcharon para siempre, las
charlas con quienes nunca más regresarán, como duele el despacho cuando te jubilas, como duele la
marcha de tu pareja. Duelen hasta los amigos que te traicionaron y apartaste de
tu vida, duele la familia que te expulsó de su hermético círculo, duele el
cambio sin contornos en el que te encuentras sumido al perder algo que te perteneció,
aunque la pierna, el marido, tus amigos o familiares estuvieran infectados,
aunque mantenerlos hubiera supuesto la gangrena y la muerte.
Duele el cambio, porque
alrededor de un miembro amputado hay una energía, dicen que un cuerpo astral
que no nos abandona tan fácilmente. Quizá el miembro amputado, allá donde se
encuentre, enterrado o en un tubo de ensayo, también sueñe con el resto del
cuerpo. Quizá sienta el dolor de la cabeza inexistente, o un tapón en el oído,
porque no es fácil superar la ausencia de lo que tuvimos por mucho daño que nos
haya proporcionado, porque los fantasmas son para siempre y nos cambian y nos
dejan muñones que van curando, pero continúa esa ausencia tan presente. Es un
dolor sin paliativos porque…, ¿cómo mitigas la picadura de un mosquito que se
posó en tu nada, o los recuerdos felices de tu infancia cuando tu familia
parecía lo más grande, o las risas de la amistad engañosa? Podrías acariciar el
aire, pero no consuela. Es como cuando te pica la espalda y pides que te
rasquen. Nunca encuentran el lugar exacto y te desesperas. La mente construye
ausencias, las llena de un contexto gelatinoso e imborrable del que no puedes
escapar.
Quizá nuestras ausencias, aquellas que construimos con tanta
ilusión, habiten en otro lugar y también nos echen de menos. Quizá algún día
volvamos a reunirnos con nuestros miembros amputados sin rencor ni
desesperanza. Quizá todo lo construye el destino para que dejemos de soñar en
falso, para hacernos crecer, para avanzar y no quedarnos tumbados al sol como
los lagartos. Quizá los saltos de la humanidad se produzcan tan solo por las
pérdidas que sufrimos de esos miembros fantasmas que jamás desaparecen del todo
y nos obligan a reinventarnos una y mil veces.