Mi
madre, cuando veía una tienda ubicada en la mejor zona de la ciudad en la que
no entraba nadie, me decía en susurros mientras me obligaba a cruzar de acera:
“Eso debe ser una tapadera. Con lo caro que está aquí el alquiler, no se
mantendría”. Yo entonces imaginaba que tras del señor aburrido que leía el periódico
en el mostrador, habría un pasadizo secreto que conduciría a un destartalado sótano lleno de telarañas en
el que se escondería un negocio de trata de blancas, venta de armas, juego,
tabaco, drogas, material de la URSS o vete tú a saber qué. Ese, pensaba, era el
motivo de que cruzásemos de acera, para evitar que pudiésemos ser sorprendidas
por un tiroteo o fuego cruzado.
Quizá
por esa imaginación que me inculcó ella, ahora veo tapaderas por todas partes.
Y eso me está ocurriendo con Artur Mas. Lo veo como una de aquellas tiendas en las que el hombre aburrido leía el
periódico, mientras en un desván plagado de telas de araña se organizaban tratos
incomprensibles, oscuros e inimaginables para nosotros.
Porque
así, de lejos, y sin entrar en detalles, Mas es conservador, se supone que
aglutina en su electorado a la burguesía catalana. Sin embargo se alía con un
movimiento de izquierda republicana y anticapitalista para conseguir la
independencia de Cataluña, vale. Admitiremos que los caminos de Dios y los
compañeros de viaje son en ocasiones inescrutable. Pero que después de las
elecciones, y porque necesitan unos cuantos votos más para lograr su
independencia, se alíen con un movimiento, no de izquierda radical, sino
antisistema, que sus votantes de toda la vida, conservadores ellos, estén tan
contentos y que además los antisistema también traguen, ya empieza a
mosquearme. Que al ser asamblearios necesiten los votos de todos, y éstos
resulta que quedan en tablas, me mosquea más. No estamos hablando de seis
contra seis, sino de mil quinientos quince contra mil quinientos quince (despreciando
los decimales). Todo porque uno se fue a Murcia que si no, desempatan (aunque
no sé a favor de quién). Pero todavía hay algo más extraño: mientras los
votantes conservadores ven venir a la izquierda radical con gafas Ray-ban y
polos de Ralph Lauren sin inmutarse, los antisistema dicen que bueno, que todo
sea por la independencia, pero que al que no quieren es a Mas. Y Mas, que por
lo primero que mira es por su pueblo, por sus electores y por su Cataluña, dice
que no se va ni de broma. Que ahí se queda hasta que regrese el de Murcia, y
que si Cataluña se va a pique él no mueve un dedo. Y tanto los de su partido,
como los de izquierda republicana como los de la cup, no le ponen de patitas en
la calle y comienzan su andadura independentista sin problemas. Y no es que a
mí me gustara eso, pero dada la ilusión con la que se han unido las fuerzas más
contrapuestas que existen, la renuncia de Mas es lo más ¿no?
Mi
madre tenía razón, o ahí hay gato encerrado o los catalanes todavía no han
analizado concienzudamente al líder que quieren poner para dirigir su proyecto.
Yo, por si acaso, cambio de acera porque puedo terminar entre fuego cruzado que
soy de Alicante y lo mismo me pillan.