domingo, 27 de noviembre de 2016

A VUELTAS CON EL NOVECIENTOS DOS Y PÁGINAS WEB


                                                             
 

 

Continúo indignada con las hojas de reclamaciones que manejan la mayoría de los comercios. Si algo sale mal, te envían a su página web, terrible agujero negro dónde envían a los quejicas y del que nunca se sale. Está hecho de masa compacta y, al igual que los agujeros negros de las galaxias, curvan el cosmos, en este caso el cerebro. Una vez que te aproximas a él, las ondas gravitatorias tiran de ti y de tu cordura hasta dejarte convertida en “la nada”, así que o desistes o sucumbes.

No solo se han dado de alta en semejante artilugio los comercios, las compañías aéreas y los organismos oficiales, sino que ha llegado la tendencia hasta los hospitales.

En el fondo lo comprendo, es una magnifica forma de quitarse a los usuarios de encima. No hay defensa contra ese laberinto con minotauro incluido, no existe salida, ni hilo de Ariadne que valga.

Yo, por ejemplo, ingresé en un hospital para operarme. Como no me dejaban entrar sin el santo y seña a la consulta, y en recepción decían que no constaba, llamé por teléfono desde el mismo hospital porque nadie daba razón. Contestó una cinta: “Marque el uno  si quiere acudir a una visita, el dos, si a una consulta, el tres...” “Oiga, que ingreso para operarme” grité inútilmente a la cinta. “No le he entendido. Si quiere consulta, el dos…”

Puedes llamar a un 902 para regocijo de la marca y de telefónica. “Que me operan esta tarde, gritarás ilusionado/a, y es entonces cuando suena la ínclita melodía de “Arrivederci Roma” en versión original.  Después de haberte mantenido al teléfono media hora y deambular  por los pasillos disfrazada de paciente en “articulo mortis” en busca del quirófano pertinente,  continúas sin saber si subirte a la primera camilla que pase o esperar noticias.

 Si te da por ser tranquilo/a y esperar la  contestación del dichosos 902 con el orinal en la mano por si se alarga la espera,  quizá logres que te contesten. En ese crítico momento mantén la calma, porque si lloras de la emoción por sentirte escuchado lo mismo se corta. La señorita que te atiende desde Puerto Rico  te dirige a la página web correspondiente y vuelta a empezar.

Mi amiga Lola le explicó a la operadora que es que ya ve usted, soy muy anciana y no entiendo  de ordenadores ni de internet. La verdad es que Lola tiene 45 años, pero es lo mismo, esas páginas las carga el diablo y ella necesitaba el calor humano de una voz real. No sirvió para nada, lo único que consiguió es que le hablasen mucho más alto y más despacio, como si en vez de mayor hubiese dicho sorda y lela, le dijeron que no tenía más que entrar en la página de reclamaciones. “Es muy fácil, señora, no desespere” Como el problema de Lola no era operarse sino reclamar el deterioro de una maleta, se metió en la web de Iberia. Cuando ya tenía todos los datos consignados y el número de reclamación que había dado en el aeropuerto, se le colgó la página. Y es que esas páginas de reclamaciones tienen tendencia a caerse y espachurrarse en cuanto pides explicaciones.

A mí, en cierta ocasión, no solo se me colgó la página, sino la totalidad del disco duro. Se ve que la ofensa mereció mi castigo. En aquella ocasión se trataba de la página web de Mediamark.

 Ni iberia, ni Mediamark, ni un hospital sabrán jamás de nuestros desvelos mientras no haya justicia para el usuario, porque de la Oficina de Defensa al Consumidor ya hablé en su momento en este blog (para más información entrada del domingo 24 de julio 2016) aunque de lo desatendidos que estamos los ciudadanos también he hablado, y mucho.

Está mañana he leído un artículo del escritor norteamericano Richard Ford en el que decía que si hubiera observado con detenimiento el deterioro de la sociedad americana y los signos que se estaban manifestando, hubiera sabido con tiempo el resultado electoral de su país. Pues tiene razón, la verdad, porque si a mí me viene un candidato y me dice que va a poner firmes a todas las empresas que utilizan un 902, página web para reclamar, abusos por doquier,  mano dura y agilidad en la justicia, le voto, aunque lleve el pelo anaranjado y amenace con copular con  todo lo que se mueve.

sábado, 12 de noviembre de 2016

LA LEY DE LA ATRACCIÓN Y EL DESEO

                                   








De pequeña soñaba con tener un marcapasos como el de mi abuela. Ella decía que con un marcapasos el corazón siempre está controlado, siempre late, no se acelera, no te enfadas, no te sientes triste, lo programas para reír y para cumplir tus sueños. Un marcapasos evita las tristezas, esas tan raras que a ella le entraban a las seis de la tarde. Eso me contaba cuando le pedía que me lo dejara tocar, cuando le preguntaba si le dolía, si se iba a morir al quitárselo.
Un día, cansada de que no me hicieran caso, decidí pedírselo a los reyes, pero ellos tampoco querían hacerme ese regalo. Y así pasé mucho tiempo, tanto que hasta lo olvidé. Pero, según dicen, existe una ley en el universo que atrae todo lo que se desea, es como una especie de agujero negro, de ondas gravitacionales, de curvatura que nadie entiende pero que sabemos que está ahí. Dicen que algunos científicos lo han descubierto, que no es que lo hayan visto sino que lo han detectado a través de fórmulas matemáticas, pero nadie lo ha experimentado todavía, y como lo que no se controla no existe, nadie los cree.
Un día, muchos años después,  mi corazón se volvió loco, latía raro, como a su bola. Sentía que me mareaba o que me dormía y cuando me desperté de la anestesia me dijeron que me habían puesto un marcapasos.
Entonces ya había crecido, sabia que no iba a ser más feliz por llevarlo, que no me iba a reír más o menos, que las seis de la tarde volvería a traer sus tristezas, que estaba enferma y que esa era la única forma de sobrevivir. Mi abuela ya no estaba para contarme la verdad de su mentira. Supongo que lo hizo para no asustarme, supongo que mi deseo se materializó por esa ley que todavía no han descubierto pero que de alguna forma debe regir el universo: La ley de la atracción y el deseo.
Escribí en este blog lo que sentía cuando me lo colocaron por primera vez, hace ahora ocho años,  y una chica me escribió para decirme que a ella también se lo iban a colocar, para preguntarme qué se siente, para hablarme de su miedo, de su angustia, de su inseguridad,  y yo, al igual que mi abuela, le hablé de las maravillas de llevar un marcapasos,  de las alegrías, de la tranquilidad que da saber que tu corazón está controlado, que hasta lo puedes programar para evitarte el sufrimiento, que puedes jugar al golf y hacer parapente, le dije todo lo que un día lejano me contó mi abuela.  No sé si la tranquilicé, no volví  a saber de ella, no quise inmiscuirme en su vida. Era tan joven. Supongo que estará bien, que se habrá olvidado de aquella angustia. No quise preguntarle, pero a veces imagino que, al igual que yo en mi infancia, se quedó tranquila, que todo aquello pasó.
El jueves me lo cambiaron. Las pilas de un marcapasos se agotan y hay que poner otro. No se cargan como los coches eléctricos, no se insertan suavemente con hilos finos como en miles de operaciones. No se meten en el corazón a través de drones pequeñitos por la nariz. Que aunque se hayan inventado robots que son capaces de escribir canciones o versos a lo Bob Dylan o Leonard Cohen por medio de algoritmos, el marcapasos sigue igual; te tienen que volver a abrir, rajarte de nuevo, insertarte otro, coserte por el mismo sitio y dejarte tan dolorida como la primera vez. Hasta que los puntos se secan, hasta que te los quitan, hasta que vuelve a cicatrizar la herida, hasta que lo olvidas, hasta que todo vuelve a la normalidad. Y hoy, mientras espero a que no duela, a que no tema que alguien me de un codazo en el autobús, a que se me pase el dolor, pienso en la chica, en mi abuela, en la ley de la atracción y el deseo.

Hoy pienso que quizá algún día pueda programar mis cables para reír, para imaginar para sentir que todo está bien o alcanzar la fuerza de un deportista de elite, pero por ahora solo pienso que estoy viva y que lo que menos importa es si rio o lloro, si me canso o si me cuesta subir escaleras, porque espero que esa ley que rige un universo desconocido aún, me permita en un futuro alcanzar sueños menos dolorosos. 

sábado, 5 de noviembre de 2016

DE PIJOS Y AUSTRALOPITECOS


                                               





Por lo que se ve la educación está mal vista, es de pijos. No entiendo en ese caso por qué esa obsesión porque la educación sea para todos, por conseguir un puesto en la Universidad, por la cultura, porque todos lean... ¿Acaso quieren tener más pijos, con lo mal que les caen?
¿Si lo que se lleva es ponerse con las piernas abiertas y arengar a las masas, es pegarse gritos en el hemiciclo e insultarse unos a otros en plan energúmenos? ¿para qué tanto gasto en cultura? Sentirse orgulloso de procedencia no requiere olvidar las riquezas de la educación. No hace falta volverse analfabeto para demostrar que se es muy macho y muy de izquierdas.
El espectáculo que dio Rufián en el parlamento fue de un calibre y una zafiedad tal, que no comprendo cómo fue aplaudido en las filas de “Podemos” a no ser que esa sea la actitud a la que se refieren cuando hablan de cultura, o que no sepan perder, o que les gusten las pataletas.
Por lo que se ve, no dejar hablar y reventar actos en la Universidad, es lo más culto y democrático que se ha visto.
Para eso nos podíamos ahorrar los colegios, la enseñanza, los libros y la educación. Bostezar, no escuchar al adversario es lo más. Ser bestia es muy fácil e instintivo en el ser humano, basta con dejarse llevar.
Aristóteles se equivocó de cabo a rabo cuando habló sobre que el bien es la plenitud de la esencia humana, cuando dijo que la evolución está en la practica de las virtudes intelectuales y éticas, cuando dijo que convencer viene de vencer con la palabra… En fin, paparruchadas, oye, que nosotros somos muy brutos y los demás unos pijos.
Rufián podría haber explicado sus argumentos con educación, con respeto, pero gusta más lo otro, hablar como un australopiteco, porque parece ser que no ha obtenido la cultura y la preparación para moverse entre gente respetable, y cuando digo respetable, me refiero a que respeta, no a que pertenezcan a un club de corbatas y botines.
Los de “Podemos” no se levantaron a favor de las víctimas de ETA, aunque bien visto, casi mejor, porque sí se levantaron para condenar el machismo y nada más salir se pusieron al frente de una manifestación que llamó “puta” a Begoña Villacís (cosa que según algunos se buscó ella por no salir por la puerta de servicio) sus argumentos, posturas y defensas se asemejan a las de los agresores.
Y por todo ello no entiendo que para desvalorizar a “Podemos” y sus secuaces, tengan que recurrir a sacar el dichoso pisito de Espinar. Eso demuestra que importa más en este país los diez mil euros de una plusvalía, que todo el caso Gurtel, tarjetas Black, ERES, revienta actos universitarios, zafiedad en el congreso, negar el apoyo a víctimas de ETA y llamar puta a una parlamentaria o a cualquier mujer, que ya está bien.

Lo sabíamos, debíamos haberlo sabido por el éxito de Telecinco, pero a veces, y por pura necesidad, lo olvidamos.