jueves, 20 de abril de 2017

NO TE AHOGUES EN UN VASO DE AGUA

                                  





Mi amiga Mercedes me ha regalado un libro. Ella sabe que me gusta leer, lo que no sabía es que su percepción sobre mí estuviese tan alejada de la mía.  Yo me veo como fortalecida por los avatares de la vida, emprendedora, recia... Yo qué sé: hasta que he abierto el regalo me sentía como un “todo terreno”, pero ella no debe verme así porque el libro se titula “No te ahogues en un vaso de agua”. Esperaba un bolso, un pañuelo, un libro quizá, pero lo del vaso de agua, como si fuese una histérica, la verdad, me ha dolido. Ella dice que lo debo abrir por la mitad, o por en medio, o por donde salga. Dice que una vez leído el capitulo, medite durante todo ese día sobre el tema. Dice que lo debo leer muy despacio y saboreando cada palabra ¿Cómo una máxima de autoayuda? le he preguntado. Pero se ha encogido de hombros y se ha marchado.
Lo he mirado varias veces sin decidirme a abrirlo, hasta que por fin lo he hecho, y lo he hecho a boleo, como esas que se dedican a echar las cartas del tarot. A ver por dónde sale el destino. Y me ha salido nada menos que un capítulo que se titulaba: “Imagínate que asistes a tu propio funeral” Oye, una cosa desalentadora. Dice que cuando vas a morir y echas la vista atrás, te gustaría no haber dado importancia a determinadas cosas y sí a otras. De Perogrullo, vamos. Pero ya que me tocaba pensar en eso durante todo el día, no iba a ponerme tiquismiquis. Te gustaría haberte preocupado menos por cosas que, vistas desde la perspectiva de la muerte, no parecen importantes. En esas estaba cuando han llamado a la puerta. Era una multa de tráfico “si la paga pronto le descontamos...” He imaginado la multa que iban a tener que pagar otros y he respirado tranquila. Al principio me ha parecido una buena terapia, pero de pronto se me ha ocurrido hacer una lista con los que no iban a acudir a mi funeral porque les da “yuyu” la muerte, y eso ya no me ha sentado tan bien. Pues yo sí hubiese ido al suyo, ves tú, he pensado. Luego he imaginado a mi vecina con esa sonrisa con la que lo dice todo, delante de mi cuerpo presente, y me he enfurecido otro poco. He supuesto también que el portero no se iba a llevar la basura esa noche, porque con el trajín de mi entierro, se les iba a olvidar sacarla a la hora precisa, y él es muy suyo con los horarios. He llamado a mi hermano para contarle mis desasosiegos y no me ha respondido, ni siquiera me ha devuelto la llamada. He dado por hecho que haría lo mismo cuando le comunicaran el óbito, y he decidido desheredarle. Se acercaban las doce de la noche, estaba furiosa y apuntando en un cuaderno los que fallarían a mi entierro, los que se harían los locos, los que reiría o descolgarían el teléfono. Eran ya las doce, cuando he podido dejar de meditar sobre mi muerte, pero estaba de un humor de perros .
Mira que pensar Mercedes que me ahogo por nimiedades. Como se nota lo poco que me conoce.


domingo, 2 de abril de 2017

LA DIFERENCIA Y EL ODIO








He empezado a releer “1984”, de George Orwel. Ya solo el capitulo que trata de la sesión de odio, me hace reconocer lo que estamos viviendo, quizá lo que se ha vivido siempre; un odio global, que incluye a una determinada comunidad, grupo, país. No es nuevo, ya Nerón sabía qué hacer con el odio y como distribuirlo sabiamente. Introducir en el cerebro algo para justificar la agresión, para deshumanizar al otro, para desvirtuar y dar carta blanca, para sacar lo peor de nuestros instintos. Y lo he vuelto a leer porque continuamente me están llegando vídeos que inducen al odio, al odio a los musulmanes, a los religiosos, a los vascos, a los catalanes, a los militares, a los policías, a las víctimas, a los de izquierdas y a los de derechas, a los latinos o a los sudafricanos. Un horror globalizado. “Se te nota que eres un facha”, dice uno a otro en twitter. “Mataría a tal o cual persona”, “ojala muriese por ser de este o del otro lado”.
¡Tan triste!
Ayer estuve dando una charla sobre la novela: “Atrapados en las leyendas de Madrid” en un colegio de Coslada, me avisaron de que eran niños de muy diferentes países o etnias, y de que no todos conocían Madrid, ni sus tradiciones, ni sus gobernantes, ni siquiera la historia de la ciudad. Era un colegio público al que acudían niños en su mayoría de bajo poder adquisitivo, y que tuvo el colegio que hacerse cargo de la compra de ejemplares para poder permitir a todos leerlo y participar en un recorrido por Madrid y su historia.
Lo primero que me llamó la atención fue el alto grado de implicación de sus profesores y, como consecuencia de ello, el interés de los niños, sus preguntas, su respeto al escuchar. Les hablé de la lectura, de que necesitaban leer mucho para que nadie los manipulara, para que nadie globalizara a un colectivo con la intención de asignarle algo degradante. Les hablé de lo importante que era leer para poder pensar por sí mismos, para respetar al otro, sus ideas, sus tradiciones y sus valores, para no dejarse llevar como un mamarracho por aquellos que se mofan de lo que no les gusta.

Pero cuando regresé a casa pensé que quizá no sea suficiente leer y estudiar, porque las consignas que nos transmiten algunos profesores universitarios, que se suponen cultos, son las del odio globalizado, como ocurrió con los alemanes en la segunda guerra mundial. Y si no es la cultura, si no se logra el respeto y la individualización leyendo, ¿qué nos queda? ¿acaso los insultos en las redes sociales? ¿Acaso el vídeo de unos musulmanes agrediendo como si fueran todos iguales? ¿la entrada en una iglesia medio desnudos para ridiculizar unas creencias? Imaginé el miedo que sentiría yo si perteneciese a una cultura contra la que se ensañan, el miedo de un niño que se sabe señalado por ser de este o aquel grupo. Un colegio con niños de muchas creencias, de muchos países, que en algún momento de  su vida podrían ser hostigados sin ningún motivo, solo por la cultura a la que pertenecen ellos o sus padres.