miércoles, 28 de junio de 2017
ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA
A veces pienso que escribir es una tarea inútil y masoquista. No hay mejor
arma en manos de un enemigo que un texto tuyo. Recuerdo que cuando me
publicaron mi primera novela, un amigo me avisó de que cogiera el libro y lo escondiese
en un lugar recóndito y ni lo mirara, como si ya no fuese mío, como si
constituyese un ser autónomo del que no me hiciera responsable; otro me
aconsejó que no se me ocurriese preguntar qué le había parecido mi novela a
nadie. Recuerdo lo mal que pagué el olvido de aquella advertencia. Y fue un
poco por no saber qué decir. Es lo peor que puede pasarle a una, quedarse en
blanco, porque en ese momento las tonterías salen a raudales. Encontré al marido de una amiga y, no sabiendo
ya de qué hablar, le pregunté si su mujer ya había leído mi novela. Nada más
preguntarlo me acordé de la advertencia y se me secó la boca, quise que se me
tragara la tierra. Él levantó la cabeza parsimoniosamente, la mantuvo unos
minutos mirando las nubes, la bajó de nuevo, persistió en su silencio otros
segundos más, y habló. No quería escucharle, la tierra no se me tragaba, y las
nubes no dejaban de pasar. Ya intentaba despedirme con una excusa cuando sonó
atronadora su voz: “Bueno, creo que mi mujer no la llegó a terminar, mi hija no
sé, yo francamente…”. Me despedí antes de que me diese información detallada de
lo que hizo el portero de su finca con mi novela, pero comprendí que los textos
de uno son armas de destrucción masiva en manos del enemigo.
Nunca se me ha vuelto a ocurrir preguntar al respecto. No siempre es así,
es cierto, y tengo amigos o desconocidos muy entregados, que hasta me enviaban
correos al trabajo para felicitarme, pero la amargura ante la opinión de tu
primea novela se queda en el corazón como pasa con el primer amor, que no se
olvida fácilmente. Por eso, cuando salía una reseña sobre mi libro, me
encerraba en mi despacho y trataba de pasar desapercibida. Si era buena, porque
me daba vergüenza que pensaran que iba de sobrada, pero si no era tan buena,
porque nunca me faltaban lenguas viperinas que se solazaban comentando.
Supongo que cualquier actividad lleva consigo una parte de nosotros mismos
y no nos gusta que se nos juzguen, pero un informe jurídico se queda en eso,
informe mejor o peor estructurado, sin más, ¿pero un relato o una novela? no
solo lleva un trabajo importante, sino un poquito de tu alma, una desnudez que
te avergüenza, y el rechazo es como si te empujaran por una montaña rusa de
oprobios y maledicencias. Me estoy refiriendo a los amigos campechanos, los que
dicen lo que se les ocurre faltaría más. Por supuesto, los críticos hacen su
trabajo.
Yo, desde entonces, desde que el marido de mi amiga me dio la bofetada
moral, hice un curso intensivo de tarot; español, egipcio, gitano y algo de
runas. Cuando alguien se pone tonto le leo las cartas y le vaticino un porvenir
chungo, pero chungo, chungo. Luego miro al cielo, observo las nubes, bajo la
cabeza y recojo las cartas en profundo silencio. Me he quedado sin enemigos.
Chafar es más fácil de lo que parece. El marido de mi amiga anda cabizbajo
desde que le vaticiné un escorbuto de grado cinco y un accidente de incalculables
consecuencias si se le ocurría viajar en vacaciones. Faltaría más.
viernes, 23 de junio de 2017
A NADO O EN BICI
Estoy en la playa la mar de ilusionada, porque el Ayuntamiento ha puesto en
marcha dos canales de nado y uno pasa por mi casa, en la Albufereta. Tienen dos kilómetros de longitud “La intención es que los deportistas, así como el
público, puedan practicar de forma segura este deporte además de dar respuesta
a la gran demanda de la sociedad en la época estival” Eso ha dicho el edil de
playas. Los han señalizado con bollas blancas y amarillas. La prensa se ha
hecho eco. Eso sí, tienes que hacer el trayecto nadando y perdiendo el resuello
por el camino. También han señalizado un carril para bicicletas por la cantera
y cuesta arriba, por si a ti te va más lo del golpe de calor. Lo han tenido muy
en cuenta. No en vano Alicante es una ciudad turística, y hay que tener
contentos a los visitantes. Sobre todo, a los cuadrados y atletas, porque si no
eres un Superman es mejor que no salgas a la calle, ni intentes desplazarte.
Cómprate una sombrilla, toma posiciones en una esquinita sin algas, sin latas
de coca cola, sin compresas, ni demás escombros y, si la encuentras, aguanta
estático todo el verano, no te muevas ni para toser. Esperar un autobús puede
sacarte estalactitas de la cabeza, aunque seas calvo. El problema es que
mientras los nadadores o los ciclistas se lo montan de miedo, el Ayuntamiento
ha dejado abandonados a los que no practicamos deporte ni demandamos mar
abierto. Según me contaron, los autobuses en Alicante, nunca se sabe (quiero
decir que como poco, media hora larga de espera). Cuando quise ir a la
estación, una amiga se brindó a llevarme porque los taxis en Alicante, nunca se
sabe. Si salimos a cenar, debemos regresar con tiempo porque el Tram en
Alicante, nunca se sabe.
Es verano, la población aumenta, pero los medios de trasporte consisten en
bollas para nado o carriles para bicicletas. Comprendo que el planeta está muy
deteriorado, pero algunas personas también lo estamos, y necesitamos movernos
en medios de transporte más, ¿cómo diría yo?, tradicionales, de esos que no adelanten
nuestro “articulo mortis” tontamente.
En fin, que dado lo confortable que se está poniendo el trasporte, me voy a
Decatlón a ver si me apaño con un gorro, unas aletas, una bici y un botijo,
para moverme por la costa.
miércoles, 21 de junio de 2017
LOS PERSONAJES
Lo peor de escribir son las consecuencias.
Hay un momento en el que dejas tu cuerpo, tus manías, tus esguinces y los
kilos de más, para convertirte en ese ser necesario para tirar de la historia que
quieres contar. Y si se necesita ser cojo o que te duela el esternón, pues
duele que no hay quién lo aguante. Te pueden disparar a boca jarro, y si lo has
preparado bien, hasta puedes salir ileso del trance, incluso mantener la bala
entre los dientes, y devolverla al agresor escupiendo hasta destrozarle la
trompa de Eustaquio o las de Falopio, porque con imaginación todo acaba cayendo.
Escribir lo es todo. Es olvidar el aporreo del piano de la estudiante del 4º,
las palabras agrias de tu amiga, la sanción que te ha puesto Hacienda por no
poner esto o aquello, ver sin inmutarte como se atasca el fregadero de tanto
que te queda por fregar. Escribir es olvidar el mundo que te rodea para rodearte
de otro más amable o, por lo menos, más manejable. No hay mayor poder que ese. El
mundo tiene una dimensión mágica y es licito alargarla, transformarla,
fantasearla para que nuestro paso por esta vida no sea tan aburrido.
Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor siempre contestaba que muchas
personas, cuantas más mejor. Quería meterme dentro de otros y comprender por
ejemplo por qué le dolía menos a Magdalena la limpieza de boca que a mí, por qué
Rosa siempre parecía ser experta en todo, por qué María nunca tenía hambre. En
fin, que a lo largo de los años fui pensando que para poder experimentar lo
humano, quizá lo mejor fuese ser actriz de teatro.
No fui capaz.
La primera vez que tuve que gritar dentro de un coro de voces la simple
frase: “A las cinco de la tarde” casi me muero de la vergüenza. Pero cuando me
tocó el turno de levantarme sola, vestida de negro, en medio de un circulo para
decir con voz desgarrada “Ya viene la gangrena” y todos contestaron: “A las
cinco de la tarde”. Me salió una erupción de vergüenza que me duró una semana.
Sobre todo, cuando observé al director y a los actores más veteranos, reírse de
las novatas. Ese día comprendí que nunca sería otra que la que soy, que
permanecería encerrada entre mis cuatro paredes de pelo, carácter, fobias,
miedos, altura, ojos y boca para siempre.
Por eso, cuando mucho más tarde, descubrí que sin que nadie se riera de mí,
yo podría disfrazarme de otros seres. El mundo se ensanchó de golpe. Dejé de tener
una edad, dejé de tener el pelo castaño, de vivir en mi casa y de tener tantos o
cuantos años. Dejé de ser una boba o una buenaza, una borde o una vergonzosa, porque
empezaron a nacer seres diferentes dentro de mí, nació una tatuada con una
madre obsesiva, o una mujer a la que nadie escucha, o un hombre que solo se ve
a sí mismo, o esa mujer que prefiere pensar que se ha trasladado a París de
golpe, antes de reconocer que su marido la engaña.
Quizá solo creaba los personajes, los dejaba andar a solas, dando traspiés,
hasta que se iban envalentonando, cogiendo fuerza, me contradecían, me
plantaban cara, y salían por donde menos me podía imaginar.
Es la experiencia más extraordinaria que se puede tener.
Por eso, cuando olvidas el motivo por el que estás aquí, cuando antes de
disfrutar, te dedicas a ver los huecos que tus amigos han dejado en las presentaciones
de tus libros. Cuando escuchas el silencio de los tuyos ante un éxito. Cuando no
ves más que lo negativo y olvidas a aquellos que sí te siguen, sí te animan, sí
están a tu lado para rellenar esos huecos. Cuando has perdido la magia de la
escritura y te has dejado llevar por el ego, te has perdido a ti y a todos tus
personajes, esos que te enseñaron a vivir otras vidas, a sentir como otras
gentes, a comprender mucho más el mundo que te rodea.
Con el ego fortalecido la magia se desmorona y se transforma en otra cosa, tan
áspera y dolorosa, que obliga a los personajes a huir de tu cabeza, a emigrar
de tu vida, y te quedas hueco, oscuro, encerrado entre tus cuatro paredes de
pelo, carácter, fobias, miedos, altura, ojos y boca Y aparece la obsesión por las
comparaciones, las malas reseñas, los desplantes que sustituyen y apagan los
colores que brillaban en tu cabeza.
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