domingo, 16 de diciembre de 2018

                                               LAS GALLINAS Y SUS HUEVOS 




Acabo de leer en el periódico que PETA insta a las feministas a no comer huevos de gallinas para no contribuir a la explotación de las gallinas. Los huevos los ponen las gallinas y las gallinas son mujeres, así como las vacas, cuya leche proviene de sus tetas y son suyas. 
Han demonizado los piropos pero no el Burka. Prohíben los coches diesel perjudicando a propietarios de coches viejos. Luchan contra la venta de armas y no son conscientes de que con las propuestas de esas medidas dejan sin trabajo y condenan a la indigencia a miles de familias trabajadoras. 
Seguro que existe una lógica, seguro que es aplastante, pero a mí se me escapa. Son problemas que en un país pobre ni se pueden plantear. ¿Imaginan que en Burundi,  Mozambique o Gambia se cuestionaran las gallinas, los huevos y la leche? 
Supongo que la opulencia social y económica ha conducido al empobrecimiento ideológico, y que a ese empobrecimiento ha ayudado el tiempo libre que el estado del bienestar otorga. Tiempo que se invierte en ver una televisión dirigida, y una redes sociales exacerbadas de consignas.  Todo esto hace que las portadas digitales se llenen de frivolidades elevadas a la solemnidad de causas humanitarias, de orgullos sexuales, de ecologismos mal entendidos. 
“Los países pobres excluyen el lujo de la incomprensión.” (Jhon K.Galbraith. La sociedad opulenta) Lo predijo y ha ocurrido. Esta superabundancia social con sus muchedumbres ociosas producen respuestas que en los países pobres son marginales, excepcionales o inexistentes. Son ideologías que solo se pueden permitir sujetos acomodados y sociedades ricas. 


jueves, 15 de noviembre de 2018

RAFAEL


                                               



Llamaste para decirme que querías beberte la última botella de Vega Sicilia "Único" con nosotros, que era del año 65, que no sabías si estaría picada, pero que probaríamos. Me pillaste de vacaciones y te dije que aún íbamos a tardar en volver. No importa, la tengo guardada para cuando regreséis. Y regresamos, y cumpliste tu promesa. Fue la última vez que te vi. Nos reunimos para degustar ese vino considerado como uno de los mejores del mundo. Dicen que todo amante del vino debería probarlo una vez en la vida. Y es que gracias a ti he probado el mejor vino, el mejor caviar y el mejor jamón. Incluso podría haber cenado en el mejor restaurante porque me lo propusiste. Fue uno de esos junios en los que nos reuníamos para ayudarte a hacer la declaración de la Renta y me decías que se me ponía cara de Hacienda. “O te invito a ti sola a Horcher o nos vamos los cuatro a un restaurante más normal.” Pero ambos éramos de compartir, de disfrutar, de discutir. Todavía recuerdo cuando regresaste de tu viaje a Rusia con autentico caviar, y quisiste compartirlo con nosotros, tu segunda familia. El apartamento que habíais alquilado parecía el camarote de los hermanos March: mis hermanos, mis padres, mis cuñadas, Sol...
“Hoy nos reunimos en casa de Falo porque ha traído caviar del bueno,” se rumoreaba desde primeras horas de la mañana. Creo que salimos a granito por barba, pero nos  supo a cariño, a generosidad, a familia. Nos supo a  ti.
Y recuerdo tus llamadas al cercarse la Navidad porque te habían regalado un buen jamón y lo querías compartir. Compartir, siempre compartir. Eras como un hermano más y, para no desentonar con el resto, un autentico “polemista”. Nunca supe si eras de derechas, de izquierdas, independentista, falangista o legionario. Todo dependía de la persona que tuvieses delante para llevarle la contraria. Largas noches de sábado enzarzada en peleas sobre cualquier tema, con mi taquicardia en bandolera. “Compréndelo”,  te justificabas. “Si tu dices una cosa y te doy la razón, se acaba la tertulia”
 Te encantaba estrujarte la mente para argumentar, para hacer de abogado del diablo. Cuántos arrebatos, cuántos panchitos degustados en noches  de sábado.
Mi sexto hermano, el único que tenía en Madrid, el que paseaba por el Retiro y escribía versos preciosos, el que mandaba cartas al director para quejarse de lo mal que se ponía todo. El que jugaba a pala y era tan fuerte, el que envejeció sin aparentarlo, el que dormía mal por culpa de las dichosas piernas inquietas, el que construía barcos y camiones para sus nietos, el que les contaba cuentos preciosos, el que cenaba esa pera dentro del yogur que le preparaba Sol noche tras noche. El hombre profundamente religioso, el abuelo, el esposo, el hermano, el padre.
Adiós, mi querido primo poeta. Espéreme en el cielo cargado de argumentos, que yo ya empiezo a preparar los míos para rebatírtelos.


sábado, 15 de septiembre de 2018

SÁNCHEZ Y EL TRACTATUS






Llueve “Detrás de los cristales llueve y llueve” (entrecomillo para no faltar). 
Desde hace una semana anuncian tormentas y lluvias en Alicante. No he dejado de bajar a la playa ni un solo día. Si ha llovido, ha sido de forma tan tenue que en minutos se han secado los charcos. Puestos a no fiarme de nadie he organizado una cena en la terraza esta noche y por desgracia se han cumplido por fin los constantes y permanentes vaticinios de la Agencia Estatal de Meteorología: llueve. 
Vivir en “una nación de naciones” (vuelvo a entrecomillar) en la que las noticias falsas, la falta de escrupulosidad y el mangoneo es común, tiene eso, que una ya no se fía ni del AEMET, ni de los títulos universitarios, ni de las imputaciones de la fiscalía, ni de las sentencias judiciales, ni de las noticias de la prensa, ni de las promesas de los políticos, ni de lo dicho en las redes sociales, ni siquiera de la hora de recogida de basura. Es un continuo dudar de todo y de todos que te mantiene en estado de insomnio galopante y muy perjudicial para la salud. Duermo mal y me despierto como desmesurada, ya ni siquiera tengo claro si inventarte un título y colocarlo en el currículo es lo mismo que haberlo conseguido con el beneplácito de los catedráticos y la universidad. 
Si mi tía Remedios hubiese sido parlamentaria, le habrían puesto una moción de censura por engañar con la edad. Ella era así, le gustaba descontarse
 años en vez de cumplirlos. Murió con diecinueve, rodeada de hijos y nietos, pero eso es otra historia.
Yo a Sánchez le hubiera concedido el Cum Laude por profundo. Tiene frases certeras y con enjundia que lo han acompañado en su lento pero certero peregrinar hasta la cima. “No, es no”, pongo por caso.  Cuando lo soltó solo tenía dos opciones si no quería nuevas elecciones, o se aliaba con los separatistas o con la derecha; no había más lana que cortar. Él soltaba la frase y se quedaba tan pancho, como muy sobrado. Era como leer a Wittgensein y el Tractatus: podías pasar noches en vela tratando de descifrar el enigma y no lo lograbas. 
¿Acaso no merece eso un Cum Laude con corona de laurel y cantos de lira? 
Ahora repite cual mantra que se necesita dialogo con los separatistas, aunque ellos han repetido hasta la saciedad que solo admiten dialogo partiendo de la autodeterminación y de la proclamación de la Republica catalana. Oye, pues el tío “dale perico al torno”. ¿Es hábil para conseguir que nadie se ponga a analizar sus frases? ¿Se merece un Cum Laude?  Pues claro que sí, y si por fin llueve y caen chuzos de punta, no es más que lo que nos hemos buscado, porque saber lo que quiere, lo sabe. A los que nos faltan entendederas es a nosotros, al resto, a los demás.

domingo, 26 de agosto de 2018

NOTICIAS FALSAS


imagen: Rafal Olbinski


Cada día recibo un guasap manipulador: la mayoría de las veces, más de tres. 
Pont Avui difundIó imágenes de violencia policial de 2013 como si fueran del 1 de octubre en Barcelona, y los agresores fueran los policías nacionales contra los independentistas catalanes. 
Me envían un vídeo falso de inmigrantes atacando una cafetería y abriendo la caja registradora con violencia. Al fondo un mensaje reza: ¡Refuges Welcometo Spain! Ese vídeo no está grabado en España sino en Sudáfrica a finales de 2015. 
Las noticias falsas son un fenómeno contra el que las autoridades están haciendo grandes esfuerzos, dado el daño que pueden crear entre la población. Buscan la confusión, influir sobre las decisiones personales y dañar la imagen de determinadas personas, entidades o instituciones. 
No son inocentes, tienen un objetivo claro; sembrar el odio a personas, instituciones y organismos. 
Algunos celebres experimentos de Psicología nos muestran la importancia de crear un caldo de cultivo de odio y dejar que la semilla crezca. Comienza un rumor que nos hace cuestionar nuestros principios, aunque la lógica nos dice que no es así.
¿Nos dejamos influir por la mayoría? ¿Podemos estar ante falsos consensos continuamente? Un 10% opina una cosa y se les sigue sin cuestionar. Estamos exponiendo la capacidad de percepción. 
Están de moda los “influencer” que, como su propio nombre indica, tratan de influenciarte, dirigirte, obligarte a interpretar las cosas de forma distinta a como las sientes. Mediatizados por el entorno, ¿hasta dónde somos capaces de llegar. 
El Experimento de la Cueva de los Ladrones de Sherif en el año 51, puso de manifiesto la facilidad para enfrentar a grupos homogéneos. Llevaron a niños de unas creencias y educación similares a un campamento, los dividieron y les pusieron nombres diferentes para distinguirlos. Luego les obligaron a competir. A partir de ese momento se crearon prejuicios entre los grupos, generalizaciones. Y al cabo de cuatro días hubo quema de bandera, peleas, encontronazos. Se crearon fricciones entre los colectivos, se dejaron llevar. 
Se crean conflictos sociales sin haber nada, simplemente generados mediante la competición. 
Es por eso, que cada vez que recibo un mensaje que me incita al odio, lo compruebo en google, y una vez que he detectado que es falso, envío el artículo demostrando la mentira a quien me lo envía, y a continuación le mando un artículo de El Mundo today del tipo: “El monstruo del lago Ness ha tenido un ataque de furia y se ha bebido toda el agua del lago”, o “Un mosquito le regala un bocadillo a un hombre después de chuparle la sangre”. 
No puedo con las manipulaciones ni con las mentes propensas a caer en la trampa. 

miércoles, 22 de agosto de 2018

EL TÉCNICO DE OTIS


                                                          






El domingo, cuando subía de la playa en el ascensor interior de mi edificio, se paró en el primer piso. Bueno, eso lo supongo porque todavía desconozco en qué piso se detuvo. Íbamos cinco personas, más sillitas y sombrillas. Ocupábamos la totalidad del espacio disponible y, quizá por eso, tratamos de mantener la calma. Tocamos el botón de emergencia la mar de ilusionados, pero sonaba a zumbido de mosquito noctambulo, y en la pantalla frontal solo aparecía la imagen de un teléfono y unas letras que anunciaban; llamando, llamando, llamando. La pantalla por la que nos comunicábamos es la misma que cotidianamente nos alegra el ascenso está un poco desajustada, esa es la verdad. 
Nuestra angustia fue en aumento al comprobar que solo había un móvil y que nadie se sabía el teléfono de sus contactos de memoria. Por fin se recibió nuestra llamada de emergencia, pero la señal era tan débil que no había quién se entendiese. Nos pedían que gritáramos más, y nosotros nos descoyuntábamos intentando hacernos entender. Eso produjo en nuestro organismo aumento de calor y desesperanza. Llegamos a la conclusión entre todos, de que habían dicho que en 10 minutos vendría el técnico a sacarnos, a los diez minutos volvimos a llamar. De nuevo “Llamando, llamando, llamando”. Una imagen difusa y un sonido todavía más difuso, nos anunciaba que en 20 minutos vendría el técnico, pero más que un sonido de auxilio parecía un disco rayado que emite un robot, dron o cualquier invento cibernético que ni funciona ni funcionará jamás. Dada la total entrega y predisposición de los servicios de Otis para rescatarnos, decidimos llamar al 112. 
Sudábamos como pollos, pero eso sí, manteníamos esa falsa sonrisa de aquí no ha pasado nada, para evitar el arranque de histerismo de cualquier pasajero. Eso nos hubiera comido la moral definitivamente. Las toallas humedecidas, ya no por la ducha sino por el sudor, cayeron al suelo. Alguna voz exterior nos animaba a que no perdiéramos los nervios, y uno de los viajeros daba golpes a las puertas para ver si lograba abrirlas produciendo un traqueteo espeluznante. No se lo recriminamos, tan solo lo mirábamos con una amplia sonrisa. 
Ya habíamos perdido la fe en el técnico de Otis y sus sistemas de alarma, ya nos disponíamos a perder los nervios e insultar a todo lo que se moviese, cuando una ligera sirena de bomberos sonó en la lejanía. Esa señal fue suficiente para devolvernos la dosis de ilusión que necesitábamos para no liarnos a bofetadas contra el que daba golpes a la puerta. Continuábamos con la sonrisa cuando llegaron los bomberos. Preguntaron por nuestro estado de salud físico y mental. Volvimos a sonreír. Aporrearon las cabinas con material contundente, tanto que la cabina se tambaleaba de tal forma, que pensamos íbamos a caer por el foso. Nos alentaban, nos animaban, nos prometían, pero tardaron en sacarnos, pues se había atascado la puerta exterior, por lo menos eso fue lo que nos dijeron. De momento los escuchábamos por la derecha, de momento, por la izquierda. Resultaba esotérico imaginar a un bombero suspendido por el hueco del ascensor en  una zona en la que no había más que pared, mientras nos preparaba con susurros enternecedores para una maniobra complicada.
 A los 45 minutos se abrieron las puertas y solo recuerdo lo mucho que corrí para salvarme. Cogí otro ascensor hasta el piso 24 (supongo que la lógica en estos casos no funciona). Ni siquiera inhabilitaron el ascensor siniestrado. Mi familia subió en él dos minutos después, la mar de tranquilos y sin rastro de técnico ni bomberos. 
Me contaron cuando llamé a los bomberos para enterarme de si habían presentado una incidencia, que el ascensor que sube de la playa atraviesa un tramo de foso sin salida, equivalente a diez plantas, por lo que, si nos hubiésemos quedado en ese tramo, nos hubieran tenido que subir con poleas y el tiempo hubiese sido muy superior. 
Ya no cojo el ascensor, he cambiado mi curso de inglés por el de memorización de los teléfonos móviles de mi agenda, no me fio de las alarmas. Subo y bajo 24 pisos a pelo. Vivo en una desconfianza recalcitrante y me lío a gorrazos contra cualquier hombre con el que me cruce por la calle que se me antoje con cara de técnico de Otis. Dicen que me he quedado muy deteriorada, pero es que ¿acaso no es normal?  

martes, 14 de agosto de 2018

MANTAS BAJO EL SOL

                                               





Leo que una feriante ha dejado planchado “al bueno” de Rufián por haber defendido a los manteros. Ha dicho en redes sociales que para entender a los manteros se debe uno pasar el día tras una manta, bajo un sol tórrido y vender lo que sea para sobrevivir. 
La feriante, mantera legal, le ha respondido que ella se pasa las mismas horas, bajo el mismo sol, vendiendo lo que puede, con la diferencia de que le queda menos porque paga impuestos y cuotas a la seguridad social. Menuda pringada. La verdad es que el asunto es de Perogrullo, pero el que no quiere ver no ve, se lo pongas como se los pongas. 
La mayor ilusión de la gente no es impresionarte con su ropa de firma, sus cenas en restaurantes de lujo, sus paseos en yate o su casoplón en la urbanización más cara de la zona, sino contar lo listos que fueron, son y serán, engañando al fisco, a la seguridad social y a todo lo que se mueve. Da, como tono. Supone tal signo de distinción, empaque y elegancia, que a mi madre se la llevaban los demonios porque sus amigas tenían dinero negro y ella no. Regresaba de sus partidas de cartas contrita y afrentada, porque no tenía muy claro a lo que se referían, pero sí la forma displicente de mirarla. Me daba pena contarle la verdad; que su pensión estaba controlada, que sus bienes figuraban en los datos del borrador de la Agencia Tributaria porque se declaraban hasta las agujas de hacer punto, y que la Seguridad Social la había pagado mi padre euro tras euro, pero que no se lo contase a nadie porque sus amigas iban a despreciarla y los manteros la iban a llamar fascista, racista, insolidaria y medio pensionista. 
Y es que en este país nos dan pena todos menos los que cumplen con sus obligaciones, los consideramos unos tontos y muertos de hambre. Si ellos saben escaquearse y tú no es porque no tienes sus agallas empresariales, porque careces de su imbatible coeficiente intelectual para engañar. 
El caso es que mi madre vivió los últimos años sin cumplir su sueño de pirata recalcitrante y, además, teniendo que escuchar lindezas como: prepotente, racistas, facha e insolidaria. Se salvó de que no le okuparan su casa aprovechando cualquier visita al mercado, porque en aquella época los okupas todavía no estaban bien vistos. 
Supongo que murió como lo hacemos todos, en un mar de incertidumbre, porque a pesar de los muchos o pocos años vividos, siempre nos solemos morir de la misma forma; sin haber entendido nada. 
Me parece incomprensible que los defraudadores de turno, esos a los que les sale el dinero hasta por la corbata, tengan escondidos sus bienes en paraísos fiscales. Me parece incomprensible que los políticos tengan prebendas fiscales y pensiones “prebendosas”. Me parece incomprensible que el estado se financie con los memos de siempre. Pero que además de hacer la vista gorda, nos llamen insolidarios porque no estamos de acuerdo con que algunos escondan sus bienes o saquen sus mantas al sol y luego cobren esa pensión tan poco contributiva, la verdad; me enfada, me ofende y me agravia. 

martes, 31 de julio de 2018

EL FIN DE LOS AÑOS MOZOS



                                               






El domingo llevé a mis nietos, de diez y nueve años, al cine. Pregunté si los niños tenían descuento, y el vendedor, como no queriendo ofender, dijo que sí, y que, si había alguno de 65 años o más, también tenía descuento. Supuse que el vendedor no quiso herir mi sensibilidad, que lanzó las campanas al vuelo por si había lugar, pero eso no mitigó mi malestar.
En la playa han colocado unas sillas para los mayores, resultan algo ridículas porque están colocadas en forma de triángulo, bajo un toldito que lejos de evitar el sol parece hacer lupa para una liquidación inmediata y limpia de jubilados. Se encuentran dentro del mar, pero muy cerca de la orilla. Desde que los han colocado no he visto a nadie que hiciera uso. Lo estrené ayer. Lo hice más que todo para ver si se animaban más y juntos lográbamos hacer una terapia de grupo en plan: “Me llamo Pepé y soy mayor” seguido por el consiguiente aplauso de los demás. No ocurrió. Un hombre que no bajaba de los setenta pasó por la orilla metiendo tripa y sacando pecho. Llevaba una braga náutica y unas palas para jugar con quien se terciara. Pasaron otros con gafas de bucear y alguno con una tabla de surf. Y es que envejecer cuesta mucho. Conozco a algunos que prefieren romperse la cadera por los frenazos del conductor antes que acceder a que un joven les ceda el asiento en el autobús. Yo los comprendo, porque cuando pusieron aparatos para el ejercicio de los ancianos, los miraba como si de extraterrestres se tratara. No pensaba que algún día iba a tener la edad de utilizarlos y que por vergüenza o vanidad no me iba a atrever a hacerlo.
Siempre que le preguntaba al sobrino de una amiga qué quería ser de mayor, contestaba sin pizca de vergüenza: “Jorobilado, como mi abuelo”. Y es que las miradas cambian de una edad a otra. No en vano, una tarde que descubrí a los padres de una amiga haciéndose carantoñas, pregunté la mar de sorprendida si a los cuarenta todavía se tenían relaciones sexuales.
Me gustaba imaginar mi vejez sin preocuparme por los kilos, las uñas, los vestidos. Creía que, llegado el caso, me pondría una bata ancha, a ser posible negra, dejaría de teñirme, me sentaría en la puerta de casa con amigas, y haría punto de cruz. Pensaba que se acabarían los cosméticos, las modas, los amores frustrados, las noches esperando que te llamara el fornido de turno, los días con máscaras contra las espinillas y las tardes depilándome las cejas. Pensaba que el mundo adquiriría una pátina de verdad que te permitiría andar con zapatos de cuero y suela de goma, beber en botijo. Pero no ha sido así. Continúo obsesionada por el peso, me arreglo el pelo y, si me levanto muy depre me lo tiño de rojo bermellón. Me enfado si el vendedor de entradas intuye que puedo haber cruzado la terrible barrera de los 65, y si me dejan el asiento en el autobús, ya no levanto cabeza en una semana. Cuando veo la tele envidio las compresas y los test de embarazo. Me emociono con los pañales de bebes y cuando mis hijos me recuerdan lo contenta que debería estar por no tener que ir a trabajar, resbalan lagrimitas negras por mis mejillas. 
Lo único que todavía no me ha llegado es la falta de filtro, ese decir lo que se te antoje y luego presumir. “Yo ya soy demasiado mayor para callarme”. Le hice prometer a mi marido que si ese fatídico momento me llegaba, podría firmar sin temblarle el pulso mi aniquilación activa o pasiva, daba igual. 
Quizá es por eso que ayer me senté en el lugar habilitado para los ancianos y chapoteé en el agua ilusionada. No pienso perderme este periodo de “jorobilada” que la vida me brinda metiendo tripa ni jugando con las palas. Aunque tampoco pienso renunciar a arreglarme, limitar las grasas, bebidas alcohólicas, y demás desfases. 
Recibiré con resignación los deterioros respirando hondo y haciendo ommmm todas las mañanas. Y rezaré con denuedo para que mi marido no malinterprete lo del filtro y la aniquilación, el día que conozca a una lozana jovencita de turgentes pechos. 

miércoles, 11 de julio de 2018

El Cid y las noticias




Ayer fue el aniversario de la muerte del Cid Campeador. Murió un 10 de julio de 1099, que ya es mala suerte porque por unos meses más, cambia de siglo y eso que se lleva. No murió en el campo de batalla, lo hizo de muerte natural, ni siquiera logró alcanzar los 55 años; un desperdicio. Aunque si te pones a pensarlo ¿qué más da, si ganó batallas después de muerto? 
Todo esto lo sé porque ya no leo la prensa, ahora solo me informo por el monitor que Otis ha instalado en el ascensor de mi casa. La información está un poco anticuada y el ascensor se estropea cada dos por tres. Es por eso que mientras esperas a que te rescaten, puedes aprovechar para ampliar información sobre las noticias que te da la pantalla en la wikipedia. No me importa mucho. Prefiero saber que el Cid murió un 10 de julio, que saber que un día antes y muchos siglos después, el 9 de julio de 2018, el presidente del gobierno de todos los españoles recibió a Torra en la Moncloa, que se entregaron presentes y sonrieron como hienas, porque puestos a ganar batallas después de muertos, nada como traicionar a la mayoría de los españoles. Ese mismo día los independentistas atacaron un autobús turístico en Barcelona y Valencia, pero eso no impidió el intercambio de sonrisas. A ver ¿qué culpa tiene Sánchez de que ese hombre, que en el Instituto Smithsonian de Washington, diese la nota, pusiera al gobierno español a caer de un burro y luego se pusiera al mando de un grupito exaltado? Borrell, ministro de Asuntos exteriores del gobierno de Sánchez, condena la actuación del que envía presentes a su jefe. Más de la mitad de España y más de la mitad de catalanes, está en contra de Torra, pero al presidente del gobierno español eso le trae al fresco. Y como no sé si van de poli bueno y poli malo, llevan un enjuague incomprensible o distienden la situación, he decidido vivir una existencia paralela. Este verano me refugio en la playa, busco medusas carabelas y atrapo cangrejos ermitaños por las rocas antes de volver a casa dónde me entero de las noticias del día; del día 10 de julio del 1099, claro. 

domingo, 1 de julio de 2018

QUE SE PELEEN ELLOS






Estoy desolada. En mayo viajé a Londres, y a mitad de junio, a la Bretaña. En ambos lugares no dejaba de encontrarme banderas de su país; inglesas, francesas, y un gran respeto por lo que representaban. Quizá porque ellos se tuvieron que enfrentar a una guerra y luchar juntos contra el invasor, es por lo que no hay político que se atreva a cuestionar sus símbolos. Nosotros lo hicimos contra nosotros, y eso dejó un poso amargo que no cura. 
Estudiaba en Valencia cuando Carrillo dio su primer mitin en la plaza de toros. Acudí la mar de ilusionada, por fin íbamos a olvidar la dichosa guerra, íbamos a convivir juntos y perdonados. Las heridas se cerrarían y los políticos guerreros tendrían que guardar sus armas. 
Pero estaba equivocada. 
Los que perdonaban habían vivido la guerra civil o la tenían tan cerca que sabían de sus consecuencias. Años más tarde, cuando ya han fallecido aquellos, los nietos quieren otra vez reivindicar aquel vergonzoso episodio. Volver a las barricadas, incitar al odio. Volvemos a ser rojos o azules, volvemos a querer diferenciarnos los unos de los otros, volvemos a sacar del baúl todo aquel resentimiento que desbordó nuestra humanidad. 
Los políticos lo han conseguido y yo me pregunto ¿qué es un político? 

El político es uno de los animales más fieros y territoriales que existen, a pesar de su apariencia delicada y pacífica, es capaz de aniquilar a sus congéneres con tal de guardar su territorio.

Se pasa el año defendiéndose a base de recorrer sus límites varias veces al día, para dejar una señal olfativa que desprenden las glándulas que tiene.
Si otro político rebasa su territorio, a pesar de las señales de peligro, habrá una pelea salvaje.

En función de la comida y el agua, el territorio de cada político será mayor o menor, y el más poderoso tendrá el mejor territorio donde guardará y alimentará a sus medios de comunicación hasta la época de elecciones.

Es audaz, tímido, astuto, cauto y muy estético. Tiene perlados en sus cuernos, grandes ojos y un trasero blanco, que le sirve de alerta cuando siente el peligro. Su mayor sistema de defensa es pasar desapercibido, ver y no ser visto. Se mantiene inmóvil observando los peligros, mimetizándose con el entorno. Es uno de los más diurnos ya que tiene una vista excelente en la cual confía para detectar los peligros, unos ojos negros enormes que repasan constantemente todos los rincones. Su oído está muy desarrollado y su olfato es el arma de defensa, la más infalible.

Pagaremos sus desmanes, nos enfrentaremos, sucumbiremos y aceptaremos las reglas del juego que ellos quieran establecer

Me sentí sin patria, sin identidad, sin lugar al que aferrarme. Si me identifico con un himno, soy facha, con una bandera, carpetovetónica, con un lugar, traspapelada. Cuando llegué a Alicante quemaban las hogueras de Sant Joan y la gente entonaba el himno de las fiestas. Qué ilusión, podía cantarlo a voz en grito sin que me identificaran con nadie.  “Son fils del poble…” Y todo gracias a unos políticos que quieren marcar territorio a costa de enfrentamientos. 
¿Pero es que nunca vamos a reaccionar?

jueves, 28 de junio de 2018


                      “POR QUÉ, POR QUÉ, POR QUÉ”




Una amiga que está pasando por una situación difícil, me decía que se sentía como en otra dimensión. Como si de pronto, sin venir a cuento, la hubiesen trasladado a un lugar diferente, con situaciones extraordinarias; nuevas y oscuras. 
Desde que me lo dijo, no me lo quito de la cabeza. 
A otra dimensión nos trasladamos cuando sufrimos la enfermedad de un ser querido, la pérdida. A otra dimensión, si somos víctimas de una agresión, de un robo, de un ataque traumático. A otra dimensión, si atropellamos a alguien con el coche, sin querer, sin siquiera ser culpables, si pasamos horas detenidos, interrogados, con la conciencia de haber hecho daño. A otra dimensión si tenemos que atender a un herido, si muere en nuestros brazos. A otra dimensión cuando encontramos la mirada de un ser que parece comprendernos, pero que pondría nuestra vida patas arriba, cuando nos sentimos amados después de haber sufrido el desprecio y la humillación. Dimensiones, miles de dimensiones que están esperándonos a la vuelta de la esquina. “Cuando veo mi imagen reflejada en un escaparate, me pregunto: ¿pero realmente esa soy yo?” Me confesaba una amiga que acababa de ser abandonada por su marido. “¿Soy yo esa, la misma que daba por hecho que todo lo que le tenía le pertenecía por derecho?” O aquella que un día quiso abandonar a su pareja, porque ya no podía soportar más peleas, ni incomprensiones; esa misma que hoy se desangra porque está a punto de perderla de verdad.  
Mientras contemplaba a un coro de marineros en la noche de la música de Concarneau, me di cuenta de que, en lo alto del castillo de la ciudad antigua, por encima del escenario, dos adolescentes sentados frente a frente, se miraban como sorprendidos. No se atrevían ni siquiera a abrazarse, pero lo deseaban. Lo comprendí nada más alzar la vista. Olvidé a los marineros y sus cánticos de piratas para contemplarlos, para empaparme de ese amor tan temprano que, estaba segura, se estrenaba aquella tarde. Primero ella lo besó a él, pero se separó al instante, como avergonzada, porque él no hizo ningún gesto, tan solo mirarla. Luego, al cabo del rato, fue él el que la besó a ella. Las caricias no hicieron acto de presencia hasta mucho más tarde. Había tanto miedo y sorpresa en sus gestos, que hasta que no se levantaron, no se atrevieron a abrazarse. Y a partir de ese momento ya no se volvieron a separar. 
Recuerdo que me rechazaron una novela adolescente porque la editorial aseguraba que los adolescentes actuales no son como los del setenta, pero pude comprobar que no es cierto, que las nuevas experiencias serán siempre las mismas, que causan el mismo miedo y asombro, por muy aceptado que esté el sexo, por muy avanzados que nos creamos. En lo alto de una muralla, dos casi niños abrazados, sin atreverse a mover un músculo por si el momento se deshacía, por si la dimensión volvía a cambiar, por si no era real y despertaban. “Ya se han complicado la vida esos dos”, dijo una amiga que también observaba la escena. “¿Por qué?” “Porque a partir de ahora, su vida no será más que un cúmulo de exigencias, un por qué no me has llamado, por qué me dejas sola, por qué estás tan serio, por qué miras a otro. “Por qué, por qué, por qué”. Dimensiones diferentes y todas ellas empañadas de frustraciones, anhelos, miedos. Hasta que un día todo cambia, y es entonces cuando nos damos cuenta de que la dimensión que acabamos de dejar era extraordinaria e irrepetible. Cerré los ojos y me llegó la imagen de un joven de veinte años en una silla de ruedas que contemplaba las nubes en la puerta de un centro de rehabilitación. Una moto, un frenazo, un cielo lleno de nubes en una tarde de invierno. Un salto a otra dimensión, y mientras…, “por qué, por qué, por qué.” 

domingo, 20 de mayo de 2018

OMMMMM



                                               




He leído que si quieres cuidar tu corazón, además de hacer ejercicio, controlar el colesterol, el azúcar, el sedentarismo y demás zarandajas, hay que mantener una calidad de vida. Lo de la calidad de vida me ha puesto en alerta, porque tiene que ver con el cerebro, los pensamientos, los disgustos, la forma en cómo te lo tomes todo. Y yo, debo reconocerlo, soy muy de arrebatos. Hay tanto cafre por el mundo, tienes que aguantar tanta impertinencia y escuchar tantas noticia indignantes, que no puedo ya vivir sin mosquearme Es tal mi adicción al mosqueo que, hasta cuando no me ataca nadie, me pongo series sobre narcotraficantes y gobiernos corruptos basados en la realidad para poder mantener la adrenalina en su máximo nivel.
Mi amigo Leonardo me ha aconsejado que haga OMMM todos los días de siete a ocho. Es un ejercicio de yoga mental que consiste en cruzar las piernas, respirar hondo y mantenerte en el “ahora”. Debes alejar los pensamientos nocivos, porque tras un pensamiento llega una emoción, tras la emoción, la adrenalina y tras la adrenalina, el infarto. Es una secuencia lógica y un algoritmo que, por lo visto, no falla.
He empezado esta tarde. Ha sido una experiencia inenarrable, que si el aire entra por las fosas nasales y sale por el mismo lado, que si los parpados pesan lo que no está escrito. He empezado a relajarme hasta que me he fusionado con el universo en plan UNO, como si me confundiera con el polvo interestelar, las constelaciones, el ying y el yang. Venían miles de pensamiento y emociones a la vez, sin orden de importancia, a mogollón. Daba lo mismo la imagen de Cristina Cifuentes robando cremas en un Super, que Jordi Pujol quedándose con el tres por ciento de todas las obras de la Generalitat. Lo mismo que te regalen una carrera en la universidad, que entrar en una trama de blanqueo de dinero, una corrupción a gran escala, que un viaje a las islas Baleares pagadas por el Estado.
Todo giraba a mi alrededor al mismo nivel, como constelaciones intercambiables.  Y es que la fusión con el UNO, tiene eso, que no hay graduación, nada es mas importante, porque en el caos está el mangoneo universal.
 En mi universo paralelo del OMMM, los periodistas callaban o escribían las noticias en primera o última página, según un orden esotérico e inconmensurable. Los programas de debate hablaban según les afectara el Trópico de Cáncer o el de Capricornio, y yo volaba por el espacio sideral en un estado de memez suprema muy reconfortante. Veía pasar los delitos, las penas y las faltas por mi lado sin que me rozaran apenas, en perfecta comunión con el todo.
Ha sido muy enriquecedor, la verdad. Mi corazón ha recuperado su ritmo y yo he visto la novela de narcotraficantes y partidos corruptos en mi país y basado en la realidad, con una paz que me hubiera gustado trasmitir.

Y es que todo da lo mismo si haces OMMM de siete a ocho

viernes, 11 de mayo de 2018

EL GENOMA HUMANO





Por lo visto ahora puedes saber, ya de feto, las enfermedades que vas a contraer a lo largo de tu vida. Y si a tu madre no le hace, pues te destruye y a otra cosa.
Lo digo porque ha sucedido que una embarazada británica ha ganado un caso en la corte de apelación. Su padre se había hecho la prueba genética del Huntington, una enfermedad neurodegenerativa mortal y se lo ocultó a su hija embarazada. Su hijo tiene un 50 % de posibilidades de haberla heredado y ella de haberlo conocido hubiera abortado. Podía padecerla a partir de los 50 años y morir poco después.
Y es que con los avances tecnológicos respecto al genoma va ha llegar el caso en que sepamos tanto y de forma tan exhaustiva, que no vamos a saber a qué carta quedarnos. 
¿Y si el feto tiene tendencias suicidas heredada de su tía Eufrasia, cleptómanas de su abuelo Teodomiro, con claras influencias de ludopatía o depresiones de la rama contraria, que mira que son raros?
¿Y si en esos años la enfermedad del padre que muere a los cincuenta se logra erradicar?
Veo tremendo ese planteamiento, pues a lo mejor de seguir por ese camino,  dejarían de nacer los “sin sustancia”, los monótonos, los insomnes, los perversos... La verdad es que, bien pensado, no nacería nadie, pues los hay que teniéndolo todo, van y se convierten en unos tristes de la vida a los que no hay quien aguante.
Cuántos disgustos nos están dando los estudios sobre el genoma y las
herencias. Con lo felices que éramos antes, cuando por no sabe no sabíamos ni siquiera el sexo del “nasciturus”.