martes, 27 de febrero de 2018

REFLEXIONES DE UNA LECTORA DE BEST SELLERS (III) LEONOR S. MARTIN

25 DE FEBRERO DE 2018 Traigo noticias frescas: escribir novelas no es fácil. Exige dominar las herramientas técnicas de la narrativa; también tener sensibilidad verbal, tiempo, paciencia y una historia que contar. Si, además del vicio de escribir, se tiene la secreta aspiración de convertirse en escritor, además han de reunirse otras cualidades: un extra de esa paciencia antes mencionada; amor propio, para dedicar tanto tiempo y sacrificio, en la confianza de que nuestras historias merecen la pena, y que el esfuerzo reportará algún beneficio; una piel dura, por la exposición a la opinión ajena; un trabajo que deje tiempo y energía, y/o un cónyuge generoso/a y con trabajo estable… Los aspirantes más ingenuos aún pensarán que escribir una novela supone ganar fama y dinero. Muchos se perderán por el camino, al descubrir la realidad. Como todos sabemos, hoy en día ganarse la vida con la escritura de ficción es un privilegio al alcance de muy pocos. Los números son los que son. La mayor parte de las novelas publicadas no pasa de la primera edición. Según datos de la Federación de Gremios de Escritores de España, en el año 2016 la tirada media de cada edición fue de 2.749 ejemplares. El precio de venta promedio, 14,74 euros. De ese precio, el autor recibe el 10%, y luego, los impuestos. Hagan ustedes la cuenta. EN 2016 LA TIRADA MEDIA DE CADA EDICIÓN FUE DE 2.749 EJEMPLARES. EL PRECIO DE VENTA PROMEDIO, 14,74 EUROS. DE ESE PRECIO, EL AUTOR RECIBE EL 10%, Y LUEGO, LOS IMPUESTOS No me imagino a un fontanero que arregle desagües por amor al arte. Sin embargo, los escritores de raza no pueden dejar de hacerlo. Ya sé que no estoy descubriendo el motor de agua. Sólo reflexiono en voz alta. Todo esto de los best sellers (BS), la Gran Literatura, los intereses comerciales, el arte, la calidad, el dinero… al final termina en esos seres humanos, a menudo menesterosos, que son los escritores. Y digo menesterosos sin ánimo de faltar, porque junto a ese esfuerzo notable de escribir, lo normal es que surja la necesidad de una retribución: ya sea dinero y/o reconocimiento. Una necesidad que incluye un anhelo de excelencia; e incluso una vocación de servicio, de utilidad, que excede a su control, pues depende también de otros, editores, lectores, etc.; y también, el ego. Parece que, en cualquier ámbito de la vida, y quizá con mayor razón en este que nos ocupa, que se mueve en el resbaloso terreno de lo subjetivo, hacemos más lo que podemos (o nos dejan) que lo que queremos. Esta idea, sin embargo, entra en conflicto con algunas manifestaciones que, a cuenta de la Literatura y los BS, hacen algunos escritores. Un conflicto –llamémosle la guerra del BS– que se presenta como una guerra civil, pues se libra entre hermanos de oficio. Aunque las que pelean en verdad son las sombras en la caverna: la vanidad, la envidia, el ansia viva (de dinero, de influencia, de notoriedad). Las municiones son palabras, agrupadas en argumentos, y el campo de batalla se encuentra allá donde haya un medio escrito. Es decir: hasta en la sopa. Dicha munición a veces se compone de insultos singulares: así que cuidado si les llaman escritor “profesional” o escritor “intelectual”. En esta guerra las victorias son pírricas: quien dispara se expone, gana y pierde adeptos y respeto, al mismo tiempo. A veces son batallas personales, y los demás nos vemos en medio de un fuego cruzado. ¿Daños colaterales? Acaso esa entelequia de la inteligencia colectiva salga herida, lo que supone un ejercicio de optimismo. Y entretanto, como siempre, la banca gana. Resulta lógico, y hasta loable, que alguien emprenda una cruzada para defender la calidad del producto que fabrica, en cualquier industria. Lo que es más complicado de entender es que se critique con tanta fiereza la cualidad de los artefactos, habida cuenta de la abundancia, de la heterogeneidad del mundo, o, si me permiten el refrán, de que, para gustos, los colores. Las recriminaciones son bastante duras. Se acusa a los autores de BS de estar obsesionados por ser leídos, hasta el punto de, a sabiendas, prescindir en su escritura de cualquier elemento complejo, o que pueda incomodar al lector; también se les acusa de estar siempre a la defensiva, de ser nuevos ricos, arribistas; de usar sus cifras de ventas para intentar colarse en la categoría de buena literatura, y así ganar una consideración que no merecen. Incluso se da leña a los lectores de BS, a quienes se recrimina que les guste leer una y otra vez la misma historia ramplona, llena de lugares comunes, que les hace sentir sagaces, incluso cultos, o lo que es más: que les hace soñar. En la otra esquina del cuadrilátero, hay autores de BS que tachan a los autores literarios de esnobs que olvidan a los lectores para mirarse el ombligo. Los condenan por escribir historias aburridas (“sus historias son siempre sobre personas incapaces de hacer algo para cambiar sus circunstancias; lo único que hacen es estar sentadas y sufrir”, Ken Follet dixit); por usar el estilo como una defensa, el lenguaje como un fuego de artificio, solo porque son incapaces de construir tramas sólidas; por renunciar a entretener, a divertir… al lector, en definitiva. Lo que implica, en su lógica, renunciar a las ventas. Dudo mucho que ningún escritor, del pelaje que sea, se levante por la mañana, se siente frente al teclado y se diga a sí mismo: “Voy a escribir el texto más aburrido y excelente del mundo”, o “Voy a escribir una mierda que me dé mucha pasta”. Si pudiéramos, no es descabellado pensar que todos crearíamos obras de arte, profundas e intensas, que además fueran entretenidas, divertidas, emocionantes; narraciones que atraparan a los lectores, y que se vendieran a carretadas. Pero a la vista está que no nos sale. A eso me refería antes: a que cada uno hace lo que puede, con los mimbres de los que dispone. Tal vez haya escritores que, llamados por la necesidad, se sorprendan a sí mismos haciéndose preguntas: ¿cómo tengo que escribir para cuajar un BS? ¿Qué ingredientes debo reunir? ¿Cómo los organizaría? ¿Qué añadir, o quitar, para dar a mi BS calidad literaria? Puede que hasta alberguen dudas morales: ¿es condenable que un autor artístico emplee en sus historias técnicas narrativas propias del BS, como elementos de intriga, ganchos, digresiones informativas sobre el contexto histórico? ¿Es lícito abordar temas de actualidad? ¿Qué pasaría si me pongo un poco sentimental? ¿Reprobarán los editores, o los críticos, o incluso los lectores, que los personajes sean aventureros y no obstante presenten inquietudes y conflictos humanos? TAL VEZ HAYA ESCRITORES QUE, LLAMADOS POR LA NECESIDAD, SE SORPRENDAN A SÍ MISMOS HACIÉNDOSE PREGUNTAS: ¿CÓMO TENGO QUE ESCRIBIR PARA CUAJAR UN BS? Quizás estas preguntas esquiven lo esencial: ¿cómo tiene que mirar la realidad un escritor para que su texto resulte “literario”? ¿Qué campos de la experiencia atañen a la Literatura, y cuáles no? ¿Deben los escritores dejar de ser quienes son, y de entender la vida como la entienden, para satisfacer vaya usted a saber quién? ¿Acaso hay modo de escribir y dejar de ser quienes somos? No hay fórmula para el BS, lo mismo que no la hay para una obra maestra. Ahora bien, ¿sería tan revolucionario admitir que pueda haber obras maestras del BS? ¿Es que la Literatura debe renunciar a lo que tiene por única misión la de entretener y divertir? ¿No tendría más sentido consensuar la calidad, protegerla y admitir la diferencia? Me vienen a la mente esos escritores míticos que se ganaban la vida redactando novelitas de kiosco, mientras creaban su propio proyecto literario “de calidad”. Me temo que son pocos, a pesar de que haya quien asegure que los buenos escritores son capaces de escribir también mal. Parece que si hay un ingrediente común en todas las buenas novelas que triunfan es esa verdad genuina, intangible pero evidente: el entusiasmo de quien cuenta la historia que de verdad quiere contar. Lo que quizá explicara la posibilidad de ese otro mito: la famosa “novela alimenticia”, que haberlas haylas. No debe de ser fácil componer un proyecto narrativo coherente bajo la amenaza de perder tu silla, si mantienes las anteriores ventas. Escribas lo que escribas: de lo superficial o de lo profundo. Tampoco debe de resultar sencillo resistirte a cambiar tu historia, merced al editing, a sabiendas de que si te mantienes firme y tu criterio resulta equivocado, es decir, si fracasan las ventas, perderás la silla. Tampoco sostenerse debe resultar fácil para esos autores comprometidos con la calidad artística de sus obras, que son publicados en tiradas cortísimas, sin apenas difusión, con las que es simplemente imposible soñar con convertirse en mainstream. Y dando gracias por la oportunidad (nunca a salvo del editing) de haber sido publicados. Por no hablar de que hay que nadar y que tu cabeza destaque entre los otros 85.999 títulos de tu promoción anual (dato de FGEE, año 2016). En un mundo ideal, la guerra del BS no existiría, pues los escritores dominarían esa humana tendencia natural a la contienda, escribirían y leerían lo suyo, y comprenderían que los demás hicieran lo propio. Los responsables velarían porque sus BS dignificaran a la Literatura, a la que pertenecerían en igualdad de derecho que otros géneros; el editing se dirigiría más a la calidad que a la “mercantilidad”. Harían un esfuerzo por publicitar a los autores interesantes, aunque no tan comerciales a priori, de manera que dieran la oportunidad de probar nuevos sabores. Aunque pudieran perder unos eurillos, cribarían las obras con un tamiz más fino, selectivo en calidad, para lanzar igual número de ejemplares, pero menos títulos tal vez, y con mayor trabajo de promoción cada uno. En ese mundo ideal todos leeríamos un libro al día, desde pequeñitos, y, por supuesto, no habría piratería. No me resisto a mencionar a Dan Brown, como mágico fin de fiesta: media humanidad lectora le pone a caer del burro, pero vende millones. Viaja camuflado con gorra y gafas de sol para que nadie pueda deducir, por su ubicación, de qué irá su siguiente novela, pero asegura que el dinero nunca le ha importado. Afirma que sus novelas son obras de arte. Y punto pelota. Un tío feliz, claro que sí. ¿No es acaso a eso a lo que hemos venido?

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